Desconozco si todavía se cumple la aseveración machadiana: «En España de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa» En todo caso, estoy convencido de que los lectores de este diario pertenecen al grupo de las pensantes que distinguen un engaño, con engaños se torea, de una mentira.

Con frecuencia se olvida que cultura proviene de la palabra cultivo y designaba la tarea de cultivar la tierra y cuidar el ganado. Faena, término campero y luego taurino, que indica el trabajo del hombre sobre la naturaleza. El toro es símbolo de cultura. Ante un símbolo, el comportamiento suele ser menos racional que ante un signo. Por un signo se ofrece dinero, por un símbolo se arriesga la vida.

¿Es moral que un hombre arriesgue su vida ante un toro? Se preguntaban algunos moralistas, ya, en el siglo XVI con el fin de prohibir los festejos taurinos. Hoy, los antitaurinos cambian de terreno y desde la tronera del escaño defienden su concepción animalista. ¿Es moral dar muerte a un animal? La defensa de los animales (no humanos), así los llaman, se convierte en un ataque contra las corridas de toros en nombre del respeto al animal y no al hombre. Con motivo de la Exposición Universal de 1900, se celebraron en París corridas de toros. Resulta curioso que un miembro de la Sociedad Protectora de Animales, un anarquista de nacionalidad sueca, disparara varios tiros contra el coche de los toreros, en señal de protesta. Ramón Laborda, Chato de Zaragoza, resultó herido en el costado y en el brazo izquierdo. Suceso que narraba con cierta sorna: «Ya ven como protegía a los animales, quería matar a las personas».

Ha pasado un siglo y se mantiene el discurso contra los toros preñado de mentiras, de prejuicios y demasiado politizado. Se rechazan los valores éticos, estéticos, ecológicos y económicos presentes en la Tauromaquia. Según los antitaurinos, los animales buenos por naturaleza son víctimas que el ser humano debe proteger de otros seres humanos, los aficionados, que son portadores de la violencia y de las malas artes. Aficionados a los toros, a quienes se les tilda de bárbaros, torturadores y asesinos. Calificativos que escupen gargantas desde el desconocimiento del toro bravo bien por ignorancia, por desinformación o por un puñado de votos.

¿Qué es un toro? La respuesta parece sencilla: un animal. Sin embargo, no se repara en el matiz de que no es un animal doméstico ni salvaje, sino bravo. Según Sanz Egaña, maestro de veterinarios, «el toro de lidia es la única y original aportación de España a la zootecnia universal». Por tanto, es un patrimonio genético que debemos preservar. Resulta incongruente defender el toro de lidia y prohibir los festejos taurinos. La corrida de toros es consecuencia de un milenario proceso cultural que toma al toro como símbolo y protagonista.

No encuentro mejor razón para abalanzarme sobre el morrillo imaginario de este artículo, que la expresada por Laín Entralgo: «Sé muy bien que en la España a que yo aspiro pueden y deben convivir amistosamente Cajal y Belmonte». Permítanme que añada el nombre de la persona que rebate estas líneas y el de Manuel Vicent, pero también los de Luis Francisco Esplá o Enrique Ponce. Siento mucho que en su España no haya un hueco para los dos últimos. Con esta media lagartijera, despacho estas líneas, después de una faena que espero no sea de aliño. Mientras aguardo para leer la próxima crónica taurina en Levante-EMV y para escribir en busca de la verdad. Cada uno, habla, escribe, pinta, esculpe y torea como es. Torear es engañar sin mentir.