No parece que las elecciones de mañana vayan a clarificar el escenario político. Pero aunque se trata de un remake, no creo que debamos anticipar el final. Ahora, a nadie interesa aparecer como causante de una tercera cita con las urnas y es de esperar que al final haya pacto. En ese sentido, quien más difícil lo tiene es el PSOE. Atrapado entre dos argumentaciones sólidas (la gran coalición por la estabilidad o el frente de izquierdas para el progreso) no está siendo capaz de proponer un relato potente que ofrezca una salida propia. No es extraño, puesto que lleva años mostrando un desprecio por la inteligencia que ha acabado por enajenarle el apoyo de las clases medias urbanas. Sin embargo, aún empequeñecido, su centralidad es incuestionable y es el perejil de todas las salsas.

Tal vez debería partir de lo que hoy comparte una mayoría social más allá de ideologías y clases: este es un país necesitado de reformas, algunas de gran calado. En el ámbito político, hay que restaurar la confianza entre representantes y representados y rehacer el encaje territorial; en el económico, urge promover una economía competitiva y sostenible; en el social, reforzar la cohesión social integrando criterios de universalidad y viabilidad financiera. Reformas de gran calado que afectarán no sólo a posiciones de privilegio, sino también a hábitos arraigados en sectores sociales muy diversos. Porque las reformas fiscal, laboral, educativa, de la justicia o la constitucional, la lucha contra la corrupción o el fraude fiscal, la demanda de una mayor productividad en el trabajo y una mejor gestión del sector público, la inevitable revisión de las prioridades en el sistema de protección social, el ajuste a las exigencias comunitarias de consolidación fiscal en un país de clara voluntad europeísta? etcétera, abrirán conflictos redistributivos de nuevo cuño.

¿Alguien cree posible articular un plan de reformas tan ambicioso pero tan imprescindible, sin que genere conflictos que a veces serán interclasistas? ¿O plantearse el porqué de nuestro anómalo funcionamiento del mercado de trabajo? ¿O resolver la cuestión territorial sin el concurso de las fuerzas independentistas? ¿O hacer funcionar las instituciones de control sin desempoderar a los partidos? ¿O explicar que universalidad y gratuidad no son sinónimos y que la protección debe personalizarse y diferenciarse? Todo eso, ¿es posible hacerlo desde una aritmética parlamentaria simple que no integre la representación de una mayoría social amplia, muy amplia?

Esa es la cuestión. Ni la gran coalición ni el frente de izquierdas son mayoría social suficiente. Hay que allegar voluntades reformistas a un proyecto común. Dicho de otro modo, hay que empezar a hablar de quiénes son capaces de aceptar un programa reformista que nos aleje de la polaridad y nos convoque al proyecto común. Plantea claro, problemas al PP por incompatibilidad con su reciente praxis de gobierno; los plantea en segmentos radicales y no porque quieran unos conseguir la independencia y otros, liquidar la economía de mercado pues ambos objetivos son legítimos, sino porque no quieran contribuir a apuntalar el actual sistema territorial o económico. Pero bien puede integrar a la derecha reformista de C´s, al nacionalismo dialogante del PNV o CDC, por supuesto a quienes se reclaman socialdemócratas sea PSOE o parte de Podemos, incluida IU, Compromís u otros. Me permitiré una breve reflexión: pactar es ceder, no vencer, aunque suponga un punto de decepción. Eso es la democracia: decepciones parciales y logros colectivos.