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Desde la distancia

Digo desde la distancia geográfica, que se está volviendo ya casi anímica, los acontecimientos políticos de España. Los sigo como alguien a quien en las últimas elecciones no le fue posible votar siquiera por correo, suerte compartida por decenas de miles de compatriotas que viven fuera.

Veo el poco peso de nuestro país en el continente, donde estos días sólo parece importar el Reino Unido y lo que sucederá a ambos lados del canal después del triunfo del brexit. Escucho a veces por internet las emisoras españolas y veo que los políticos repiten a todas horas y hasta el aburrimiento la misma cantinela. Los mismos reproches del PSOE a los irresponsables de Podemos por no haber facilitado la investidura de su líder como si los socialistas se lo hubieran puesto precisamente fácil a aquéllos pactando antes con Ciudadanos.

Y veo sobre todo que, como el dinosaurio del cuento de Augusto Monterroso, tras doscientos y un días de gobierno en funciones, el guardián de la insoluble unidad de la nación y eficaz barrera contra extremismos y radicalismos sigue allí. Se lo debe a los millones de ciudadanos que por tradición, fidelidad, interés, miedo o lo que sea, no dejaron que las continuas noticias de escándalos de corrupción y maniobras torticeras del partido gobernante les hicieran cambiar el sentido de su voto. Votantes que, como escribía con gracia el otro día en una columna el magistrado emérito del Supremo Martín Pallín, demuestran que en nuestro país «todo corrupto sumergido en una urna experimenta un aumento de votos directamente proporcional al grado de corrupción alcanzada».

Leo que el país está amenazado de una importante sanción por parte de Europa por incumplimiento de las reglas del déficit y que el más duro es el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, sin que la afinidad ideológica de su partido con el PP parezca servir de nada. Perdonarán los teutones ciertas extralimitaciones a Francia aunque allí esté gobernando un socialista por eso de la importancia del eje franco-germano y tal vez algún que otro pecadillo a Italia porque su juvenil y apasionado primer ministro les cae a todos simpático.

Me encuentro a veces en mis paseos por Berlín con jóvenes españoles que viven aquí y que me cuentan que si salieron de España fue porque no encontraban allí trabajo. Algunos han pasado ya antes por algún otro país y coinciden en que es muy distinta la actitud que encuentran fuera. A diferencia de muchas empresas españolas, las alemanas, francesas, británicas o de otros países siempre contestan cuando se les envía un currículum. Es lo mínimo que cabría esperar, piensa uno.

Mientras tanto, con la lamentable situación en nuestro mercado de trabajo, con empleos precarios y sueldos cada vez más bajos, se habla del agotamiento del fondo de reserva de las pensiones, entre ellas las de todos esos jubilados para quienes sólo parece existir el PP. Ya hace tres años y medio, la prensa internacional denunciaba la utilización de ese fondo por el Gobierno de Rajoy para comprar deuda soberana española con las consecuencias que ahora vemos.

Algún medio económico germano lo comentaba así: «Sólo los Estados en dificultades especulan con el dinero de sus pensionistas, poniendo así en peligro más incluso que sus ahorros». Como dice un buen amigo, «para cuadrar las cuentas, lo queman todo, con lo que llegará un día en el que no habrá ni hucha (de las pensiones) ni nada que privatizar».

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