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Promesas rotas

Han transcurrido tan solo dos semanas desde la celebración de las generales y las distintas costuras de los partidos se hacen ya evidentes. Es el peso de la realidad, cuya alargada sombra ajusta las expectativas del deseo. La realidad española, débil, todavía precaria, dependiente en exceso del dictado internacional. Tomemos nota. El PP prometió durante la campaña bajar los impuestos. El resto de los partidos dijo lo contrario, con la nebulosa Ciudadanos que habló de una reforma fiscal en profundidad sin precisar mucho más. No tenemos todavía gobierno, pero Mriano Rajoy se ha visto obligado ya a desdecirse de sus promesas. Bajar los impuestos no sube necesariamente la recaudación, no siempre desde luego „no, con la fuerza necesaria. Las políticas de austeridad trazadas por los mercados internacionales y reforzadas por Berlín tienen el objetivo de garantizar un mínimo de credibilidad para la zona euro. Las consecuencias han sido durísimas, a nivel político, económico y social. Pero España, como país, carecía de alternativa. Un Estado dependiente del ahorro externo como el nuestro, y cuyo sistema financiero tuvo que ser rescatado, difícilmente se puede significar con la aplicación de políticas diferentes. Grecia ya lo sabe. Rajoy lo supo desde el primer minuto.

Para evitar las sanciones comunitarias, Luis de Guindos ha propuesto subir el Impuesto de Sociedades para poder recaudar este año seis mil millones más, lo que unido al ahorro en el pago de la deuda y la lucha contra el fraude fiscal podría reducir el déficit a final de año en un punto del PIB. Que el PP rompa tan rápido su promesa de bajar los impuestos quizá escandalice a sus votantes „o no„ pero sobre todo ha servido para que los partidos de izquierdas manifiesten su oposición. De hecho, se trata de una contradictio in terminis, porque ¿cómo iban a financiar PSOE y Podemos sus costosas promesas sociales si no es subiendo impuestos masivamente? Y, más aún, ¿cómo pensaban cumplir al mismo tiempo con la austeridad exigida por Europa? Se sabe que ni la lucha contra el fraude fiscal ni la poda administrativa resultan suficientes para lograr ambos objetivos y que, al final, España tendrá que decidir qué tipo de sociedad quiere ser: ¿un país con políticas sociales escandinavas o anglosajonas? ¿Un país condenado al endeudamiento u otro que privilegie el ahorro y la inversión? En ambos casos, habrá que reformar el sistema fiscal, incrementando seguramente la imposición indirecta, como es el caso del IVA, suprimiendo deducciones y rebajando marginalmente el IRPF. Los márgenes son estrechos. Y sin crecimiento sostenido ni inflación, aún más.

Si España finalmente consigue sustituir la sanción comunitaria por un nuevo plan de estabilización presupuestaria habrá logrado un éxito. Pero la lección para el votante medio es otra: no hay espacio para el escapismo. Podemos creer que el mero transcurrir del tiempo podrá solucionar nuestros problemas, pero no es verdad. Podemos pensar que inyectar en gasto social un dinero que no tenemos permitiría una milagrosa recuperación, pero tampoco es cierto. Europa „y España„ camina por una vía estrecha, no muy alejada de los desfiladeros, como estas semanas nos recuerda a diario el estado crítico de la banca italiana. Ceñirse a la dificultad de los hechos resulta preferible a soñar mundos alternativos de imposible ejecución. Por supuesto, queda mucho por hacer, empezando por lograr formar un gobierno capacitado y con un mandato claro de actuación. Pero me temo que las alegrías presupuestarias no se vislumbran en el horizonte inmediato. Y, en realidad, tampoco a medio plazo.

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