Quizás en esta ocasión el presidente en funciones del Gobierno ha ido demasiado lejos al aceptar, a su manera, presentarse a la investidura sin apoyos suficientes para lograrla. Sin duda resultó sorprendente que Rajoy, en su doble cualidad de máximo representante del PP y de presidente en funciones, haya planteado que tal aceptación va a depender del resultado de su recogida de apoyos suficientes para que tal investidura prospere a partir de la propuesta del rey.

Viene esto a cuento del artículo 99.2 de la Constitución, en el que de manera imperativa se viene a regular la tarea asumida voluntariamente por el candidato a la investidura de presidente del gobierno. Así, se dice literalmente, que el candidato propuesto «expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretende formar y solicitará la confianza de la Cámara». Como se ve, no existe la más mínima duda respecto a los términos constitucionales en que se debe desarrollar el trámite. Rajoy ha aceptado la propuesta y al aceptarla ha asumido tal compromiso indiscutible. No existe fisura alguna en la redacción del precepto. Salvo que, por ejemplo, decida, tras efectuar los contactos pertinentes, dimitir. Porque a Rajoy no le es permitido ahora, después de su aceptación, incumplir lo que, conscientemente ha aceptado. Es decir, exponer y exponerse ante la Cámara y tratar se convencer a los diputados de la bondad de su programa y de su política. Lo que, además, de legal, es de una lógica aplastante. ¡Y hasta podría salirle bien, sobre todo, ante el espectro de unas terceras elecciones!

Pero no es esto lo que se desprendió de su intervención mediática, sino una evidente reserva mental en cuanto a que tal actuación imperativa le hubiese de llevar a un trance que anteriormente esquivó y que, por ahora, no aparenta querer asumir si no dispone de un apoyo sólido o como mínimo con el sí de Ciudadanos, lo que parece inviable si no dimite. Sólo el peligro de la aventura independentista catalana podría lograr el apoyo incondicional de los partidos constitucionales, es decir, del PSOE y Ciudadanos y algún otro de escasa entidad numérica, y pare usted de contar.

Así, pues, Rajoy ha podido dar un traspié o como mínimo ha hecho una jugada muy arriesgada, dado que no se atisba su predisposición a ceder en ningún aspecto esencial de su programa pasado y futuro. Él se considera imprescindible y entiende que debe ser bendecido por el resto de la oposición como el salvador de la actual situación de precarización política y económico-social interna, y sobre todo ante la UE. Se cree, al frente de su partido, el único capaz de poder eludir cualquier acción de castigo de los actuales mandatarios neoliberales contra España, a pesar de sus evidentes incumplimientos del déficit. ¡Claro que no hay mal que por bien no venga¡ Evidentemente, si dimite Rajoy (se ha metido en una ratonera), la formación del gobierno sería cosa de horas, pues tanto Ciudadanos como el PSOE estarían dispuestos a echar una mano o incluso dos.