No creo estar exagerando lo más mínimo al afirmar que el panorama actual recuerda a esas situaciones que, a lo largo de la historia, han sido los precedentes de algún negro capítulo. No es la primera vez que cobra fuerza el fascismo, ni la primera vez que Europa se encuentra en una encrucijada y, viendo nuestra incapacidad de aprender de nuestros errores, no creo que tampoco sea la última.

El fascismo se nutre de la desesperación de la gente, que suele cegar (y es entendible) su racionalidad. Ahora bien, si el alimento del fascismo es la desesperación, no es menos cierto que el objetivo es la destrucción de la democracia. El fascismo es desigualdad, intolerancia y egoísmo y la democracia igualdad, tolerancia y solidaridad. El fascismo es emocional, la democracia es racional. La democracia es ideología, el fascismo es «ni de izquierdas ni de derechas».

Hace relativamente poco que este resurgimiento del fascismo se cobró a la primera víctima. Ella se llamaba Jo Cox y vivía en el Reino Unido. Un animal la asesinó a tiros por defender los valores de la izquierda. No obstante, ella verdaderamente murió días después, cuando la gente votó sí al brexit, sí al fascismo, sí a su asesino. A pesar de que se le hizo el típico homenaje que se olvida a la semana siguiente, no creo que la gente supiera que en realidad no murió una mujer asesinada, murió una parte de la democracia. Porque su acción, su causa, era en sí misma los valores que integran la democracia y los valores que están en la esencia de la Unión Europea. Es por este motivo, por lo que el fascismo, ya sea de extrema derecha o con coleta, está luchando por destruir Europa, esta vez de forma más democrática, ya que lo están intentando desde dentro. Tras el resultado del referéndum británico hemos de admitir que están ganando.

Afortunadamente no todo está perdido. El fascismo se ha infiltrado en nuestras instituciones y eso tiene una parte buena: que eliminar el fascismo ya no debe pasar necesariamente por declarar la guerra a nadie ni por derramar ni una gota de sangre; es tan fácil como votar y hacerlo con sentido común y con responsabilidad. Lo primero se refiere a no desprestigiar el arma para cambiar las cosas por la que tanta gente murió; lo segundo, a no dejarse engañar por estos fascismos que traen un discurso tan seductor como destructivo.

Es una amarga realidad que por estas y por otras situaciones el mundo se está yendo al garete, pero también es cierto que todo esto se puede cambiar perfectamente. Además, solucionar los problemas mediante el voto no es una cuestión extremadamente difícil, o al menos no debería serlo para una sociedad sana. El Bréxit solo fue un aviso de cuán bajo puede llegar la estupidez y la pereza humana, y el fascismo (con coleta o sin coleta) tan solo es una amenaza cuyo cumplimiento está en nuestras manos. ¿Se puede? Sí, claro que se puede, pero ni con el PP, ni con C´s, ni sentados en casa, ni votando a partidos sin representación parlamentaria, ni con el fascismo cool de Podemos. Mi consejo, mi camino para que sí se pueda, queda muy claro.