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Comercialización del delirio

Poco a poco, voy entendiendo el mecanismo de Pokémon Go. Resulta que los bichos no están fuera, en la realidad, sino dentro, en el móvil. Pero se encuentran dentro de tal modo que parece que están fuera. Significa que cuando aparece un pokémon en la pantalla del teléfono, se diluyen las fronteras entre la realidad y la ficción, que se penetran mutuamente, como si dijéramos, convirtiéndose aquélla en ésta y ésta en aquélla. Es muy parecido, creo, al mecanismo del delirio: el fantasma del padre muerto que aparece en una esquina de tu habitación no está en la esquina de tu habitación, sino dentro de tu cabeza. De manera que cuando dicen que hay una concentración de pokémons en el vestíbulo de tal hotel o en la zona arbolada de tal parque, mienten. La concentración se encuentra en los teléfonos móviles de quienes van a buscarlos. Un delirio colectivo, diríamos, y poco peligroso, de no ser por la gente que ha muerto despeñándose aquí o allá buscando fuera lo que resulta que estaba dentro.

Me había propuesto no penetrar en los misterios del Pokémon Go, y así lo había manifestado en un artículo anterior, hasta que la otra noche, en sueños, se me apareció un Picachu que me reveló los secretos del juego. Me desperté sobresaltado porque en mi ingenuidad había creído que la empresa creadora de estos seres había distribuido realmente por el mundo una cantidad infinita de personajes cuya observación solo era posible a través del móvil, del mismo modo que los seres microscópicos solo son accesibles a través del microscopio. Ahora me queda la duda de si los seres microscópicos se encuentran dentro del microscopio o fuera, en la realidad. Pero se trata de una duda retórica. Ni caso.

Pokémon Go, en fin, ha comercializado el delirio. Ha logrado monetizar algo que, bajo determinadas condiciones mentales, venía obteniéndose gratis. Y en ocasiones con dolor. La empresa productora de videojuegos ha devenido así en una promotora de alucinaciones. Todo esto, que suena tan raro, ha logrado normalizarse en cuatro días. Buscar personajes invisibles se ha convertido en una actividad de personas corrientes. Las personas corrientes son inauditas. Yo sigo saliendo por las noches a buscar luciérnagas.

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