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El legado de Francisco Cano

El fallecimiento la pasada semana del fotógrafo Francisco Cano, más conocido entre los amigos como Canito, plantea el problema de salvar su obra, su archivo, por tantos motivos único e insustituible. Es lo que se debe hacer por él y que desde hace tiempo estaba planteado dado su edad (ha muerto a los 103 años). Era un hombre con tal optimismo vital que no se lo había planteado y cuando se lo preguntabas no parecía preocupado.

Se lo planteé al Institut Valencià d´Art Modern, y la entonces directora, aunque escuchó y estaba abierta a alguna iniciativa, no movió ficha, a pesar de presentárselo en el hotel Inglés durante la celebración del Día de Hemingway. Ya era muy conocido, lo que no sucedía en 1998 cuando hice gestiones para encontrarle y pedirle obra para la muestra del centenario del escritor norteamericano en La Benficència. La Diputació de València compró unas fotos suyas, seguramente las primeras que entraron jamás en una exposición y en una colección institucional.

No es que no hubiera expuesto fotos suyas en Portugal, creo, o que no siguiera vendiendo copias cuando iba a Pamplona o Madrid, a las ferias. También seguía haciendo fotos de los aficionados y de los toreros, para sobrevivir, aunque haría años que debía estar jubilado (como autónomo, lo que le aseguraba magros ingresos). Por eso porfiaba.

Y a consecuencia planteamos la necesidad de una muestra y un libro, lo que se concretó en el Museo Taurino, un verano, sin que obtuviera mucha resonancia, que recuerde. Era lo mínimo que cabía hacer. La Universitat de València también tuvo en cartera una exposición de su obra, en dos años sucesivos, y con dos vicerrectores de Cultura distintos, para acabar en nada, porque cambió la sala y menguó el presupuesto demasiado. A la postre, el Consorci de Museus, en tiempos de la consellera Miró, le puso las obras en un nuevo centro expositivo en Alcoi. Ignoro si hizo itinerancia, lo que hubiera sido lógico.

Por otros caminos se preparó un libro muy vistoso, de gran formato y una editorial valenciana se lanzó a esta aventura. Andrés Amorós se encargó del prólogo. Al menos llegó a lagunas librerías y le permitió una mejor visibilidad. Para algunos fue un descubrimiento, ya con 99 años, creo. Y como en España hay que resistir (lo dijo Cela) le llegó un premio nacional (no de Bellas Artes), pero relacionado con su labor de fotógrafo o reportero de los festejos taurinos.

A estas alturas no he visto que las autoridades o directores de los museos hayan dicho nada acerca de gestiones sobre su legado. Tal vez las hubo y no llegaron a buen puerto. Supongo que su hija, que colaboró con él durante años (ella revelaba) y le conocía bien, es quien debe tener la palabra, dado que la esposa „muy amable siempre„ es muy mayor también. Si hay un trato, un depósito provisional al menos, por seguridad, lo que permitirá una catalogación y tal vez se prevea una compensación económica. Más allá del elogio circunstancial o la pena, esta es la tarea pendiente.

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