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Sin golpes Ni purgas

El presidente Erdogan se ha cargado la democracia turca soñada por Ataturk. Es un resultado más de la guerra del radicalismo islámico contra el mundo de las libertades. Turquía causa baja en el mapa democrático y yugula sus opciones de ingreso en la UE como secuela de un golpe interno reducido en pocas horas. Centenares de muertos y más de sesenta mil ciudadanos purgados ilustran la deriva totalitaria del contragolpe. Políticos, militares, policías, jueces, fiscales, profesores universitarios, maestros, empresarios, periodistas, medios de comunicación... están siendo separados de sus funciones sin que se sepa hasta dónde llegará la venganza del autócrata.

Otro golpe neutralizado en horas, el del 23F en España, consolidó la incipiente democracia frente a los anclados en la dictadura, aisló a los escasos inductores y respetó a quienes pensaban como ellos. La rescatada libertad no hizo excepciones y dejó a la ultraderecha extinguirse por sí sola hasta el punto de irrelevancia en el que hoy malvive. La política puede ser mejor o peor según sean las capacidades de los políticos. Pero en su esencia y sus formas es el resultado de una transición ejemplar y de más de treinta años de incuestionable libertad, corrompida por algunos que no son purgados sino sometidos al veredicto de la justicia democrática.

Se trata de una diferencia abismal. En sus decisiones sobre España, la Europa unida tendría que valorar la inexistencia de una eurofobia organizada y el primado masivo de la fe en la Unión, no sólo los avances de una economía dictada desde Bruselas, conseguidos a costa del sacrificio de los más vulnerables y la desvertebración de la estructura social por ausencia de la antaño vigorosa clase media. Bueno es que los eurócratas nos perdonen los incumplimientos del déficit y las escandalosas multas a que da lugar, pero el brexit y los ultras que predican más desenganches en la casi totalidad de los miembros de la UE aconsejan una valoración política que hasta ahora no se ve por parte alguna. Retribuir la lealtad a los principios constitutivos puede ser punto de partida de la unidad política que salve a la maltrecha Europa.

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