La admisión a trámite de la denuncia presentada por José Luis Roberto, expresidente de España 2000, por el uso de un autobús de la Policía Local en la manifestación del Orgullo LGTBI de Valencia, es otra muestra de la estrategia seguida últimamente por la derecha radical europea, a la que imita y en la que se encuadra la valenciana. A primera vista puede parecer una cuestión anecdótica, pero es el reflejo de un modus operandi característico del extremismo radical conservador del continente, aunque con matices más que notables: el holandés Pim Fortuyn criticaba el islam por atentar contra los derechos de la mujer y de los homosexuales; un colectivo este último que, según Roberto, no debería gozar de la misma protección jurídica ni disfrutar de un derecho tan fundamental como el de expresión.

La denuncia se explica, entre otras cosas, porque España 2000 ansía conseguir un poco del triunfo de sus homólogos europeos, que prosperan electoral y mediáticamente tras los últimos atentados de inspiración yihadista. El partido intenta, además, sobreponerse al varapalo electoral sufrido en las últimas elecciones nacionales y autonómicas valencianas, en las que perdieron más de 5.000 votos. Eso explica que hayan limado diferencias con Plataforma per Catalunya en pos de una confluencia y transversalidad que les permita recaudar votos en un contexto socialmente marcado por el miedo al diferente. Un miedo siempre latente que se conjuga ahora con la desafección política por el continuo afloramiento de casos de corrupción y un debilitamiento del estado de bienestar que amenaza con ser sistémico.

Y es que, como sus compañeros de filas europeos, España 2000 también aspira a ser lo que los ingleses llaman un catch-all party, un partido atrapalotodo que difumina sus contornos ideológicos para atrapar votantes de todo el espectro político. Se trata de un camino para salir del ostracismo electoral similar al que ya emprendió en los noventa Jean Marie Le Pen con un Frente Nacional que hoy lidera las encuestas. La renovación de parte de sus líderes, como el mismo José Luis Roberto, se explica y enmarca en dicha estrategia. Pero no sólo: el partido ha hecho esfuerzos por desprenderse de ese lenguaje totalitario y castrense que recordaba al franquismo más rancio. Por eso Roberto habla ahora de «proteger a la ciudadanía» y, si hace falta, se presenta como adalid de los valores más igualitarios de la tradición cultural europea.

Esa misma derecha radical que intenta ganar espacio electoral con un discurso eurófobo, contrario a la inmigración