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Jorge Dezcallar

Mal rollo olímpico

Hoy, 5 de agosto, se inauguran los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en un ambiente tenso que no tiene parangón con el clima de fiesta que predomina desde que se celebraron los primeros Juegos en Atenas, en 1896. Las razones son muchas.

En primer lugar porque el país no está para bromas. Hace cinco años, Brasil era uno de los líderes del grupo de países emergentes que se comían el mundo y exigían un nuevo reparto del poder geopolítico (los llamados BRICS), y hoy ese optimismo ha sido sustituido por una frustración malhumorada que se refleja en el ambiente. Si la elección de Río como sede olímpica fue recibida con gran alborozo cuando se anunció en 2009, hoy ese entusiasmo se ha desvanecido. Brasil está inmerso en una profunda crisis que es a la vez política y económica. Política, por un escándalo de corrupción de dimensiones siderales (Lavajato), vinculado a Petrobras y a compañías constructoras, que ha desembocado en la destitución temporal (impeachment) de la presidenta Dilma Roussef, no se sabe si con razón o por simples venganzas políticas, y su sustitución por Michel Temer, a su vez acusado de recibir sobornos, en un culebrón que aún no ha terminado. Y crisis económica porque el país ha entrado en una recesión cuyo fin no se ve. El PIB se contraerá un 3,25 % este año tras haberlo hecho un 3,8 el pasado, la inflación ronda el 7,5 % y el presidente Temer habla estos días de recortar el gasto público.

El mismo Estado de Río de Janeiro está quebrado y el Gobierno federal ha tenido que enviarle con urgencia dinero para que pudiera pagar los servicios públicos básicos, como maestros y policías. Por eso se multiplican las manifestaciones contrarias a los Juegos, algunas violentas como las que se produjeron en 2013 contra la Copa Federación de fútbol, se destrozan los carteles que los anuncian, la antorcha olímpica sufre ataques en su caminar y muchos protestan porque piensan que el país no está para estos dispendios y que ese dinero debería gastarse en sanidad, educación o transportes. La verdad es que con excepciones como Barcelona 92 que estuvo muy bien gestionada (Pasqual Maragall fue tan buen alcalde como pésimo presidente de la Generalitat) y dejó infraestructuras muy buenas a la ciudad, el resto de los juegos olímpicos parecen traer más problemas que beneficios a las ciudades que les sirven de sede.

La seguridad es otra preocupación muy grave pues tanto Brasil como Río de Janeiro, en particular, son lugares muy peligrosos. Por cada asesinato que se comete en España, hay 32 en Brasil y eso no se explica solo porque haya más habitantes pues no hay más que ver las favelas, un mundo reflejado con gran crudeza en la galardonada película La ciudad de Dios. A esa violencia ambiental se añade el terrorismo después de que un tal Maxime Hauchard afirmara en un tuit, tras los atentados de noviembre en París, que «Brasil, eres el próximo objetivo»; de hecho, ya se ha detenido en Río a algunos yihadistas, al parecer voluntaristas pero mal organizados. Un chiste brasileño mostraba hace unos días a dos islamistas con pinta patibularia en el que uno pregunta: «¿Vamos a Río?» Y el otro responde: «¿Estás loco? ¡Es demasiado peligroso!». El ministro de Asuntos Exteriores, José Serra, ha reconocido que la seguridad recibirá atención prioritaria durante los Juegos, aunque ha añadido que también habrá que «pedir a Dios que no ocurra nada». Tranquiliza más el hecho de que se hayan desplegado 85.000 policías (el doble que en Londres en 2012), que velarán por la seguridad de atletas y espectadores, igual que tranquiliza algo el hecho de que hasta ahora el Estado Islámico no haya actuado en América Latina.

El Comité Olímpico Internacional ha clausurado un laboratorio brasileño de análisis médicos antes, incluso, de que abriera sus puertas, por detectar graves fallos en su funcionamiento pero no se ha atrevido a excluir a todos los atletas rusos de estos Juegos, tras haberse demostrado que en Rusia se lleva a cabo desde hace años una adulteración sistemática de los resultados de los análisis de sangre y orina, como ha descubierto el Informe McLaren. De esta manera llenaba el medallero a base de dopar a sus atletas como política de estado. Eso es muy grave. No es que un atleta se inyecte sustancias que le van a dar de forma artificial mayor potencia o resistencia, algo que ya está muy mal, sino que Moscú lo hacía con muchos deportistas de forma automática. Al final los atletas rusos están siendo aceptados individualmente, caso por caso, y ya se ha vetado a 105 de 387, casi todos de atletismo, y la criba sigue. Putin lo niega todo, dice que es una conjura contra Rusia y como protesta no irá a la inauguración del día 5. Es un bochorno del que no tienen culpa alguna los brasileños, pero que se unirá para siempre a la Olimpiada de Río como lugar donde estalló el escándalo ruso.

Hay otros problemas serios como el de mosquitos que transmiten enfermedades como dengue, chicungunya o zika, aunque el peligro sea menor en esta época del año. Y molestias menores derivadas de que los atletas que llegan a Río se encuentran con instalaciones sin terminar y residencias donde aún no hay agua o falta la electricidad, aunque los organizadores juran que todo estará a punto el próximo viernes. Aunque sea por los pelos.

Demasiados problemas para la debería ser la gran fiesta del deporte. Ojalá a partir de ahora todo transcurra bien.

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