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Agostamiento provinciano

C on Gobierno o sin Gobierno, los problemas de los valencianos de Vinaròs a Orihuela, siguen como estaban. O peor. Con cautela, el giro de mayo de 2015 permite mitigar el pesimismo de la sentencia precedente. Mitigar hacia el futuro, pese a la carrera de obstáculos a la que se enfrentan los nuevos responsables políticos de la Generalitat y de las corporaciones locales: deudas del despilfarro y ausencia hasta la burla constitucional de una financiación adecuada y justa para las instituciones que nos representan.

De Borrell y Bono a Álvarez y Pastor, las comunicaciones valencianas, todas, han experimentado el desprecio por su necesidad y viabilidad. Las llamadas élites provincianas se alborozaron lo indecible por halagar la recentralización radial de ferrocarriles y autovías en el período que por crecimiento económico y flujo de recursos europeos facilitaban el posible reequilibrio del País Valenciano en este ámbito concreto.

El antídoto del olvido es la memoria apoyada en textos, documentos. Repasaremos algunos con una doble intención, la de no repetir errores y la de situar ciertos posicionamientos que ayuden a esclarecer los porqué de un fracaso que amenaza el futuro o incluso de presente.

En 1978, la Universitat Catalana d'Estiu (!ay¡) dedicó parte de sus actividades al Mediterráneo Occidental, de Alacant a Montpellier. Antes, quien suscribe publicaba en Serra d´Or (!ay¡) una colaboración sobre la Eurorregión como oportunidad (octubre de 1971), constatando la existencia de una asociación de Cámaras de Comercio del País Valenciano, Catalunya, Aragón y el Midi francés. Cierto que se trataba de sedes consideradas catalanistas, pero a la sazón los medios de comunicación o el ámbito académico valencianos eran poco proclives a considerar estas reflexiones.

En el primer caso, producido el óbito del dictador, participaron representaciones de los partidos y sindicatos con un papel relevante en el marco de la democracia recuperada. En el caso empresarial y social obedecían a la realidad de las transacciones comerciales „el mercado de Sant Carles en Perpinyà, era la puerta de entrada al Mercado Común de frutas y verduras valencianas„ o las migraciones que seguían esta ruta; a la inversa la recorrían y recorren los flujos de turistas hacia nuestras costas. Por supuesto, no fui el único autor que se ocupó del tema: Josep Sorribes, Vicent Soler y otros desde ámbitos académicos insistieron en la evidencia de las relaciones económicas y sociales de la fachada mediterránea.

Años más tarde, en La Valencia de los 90. Una ciudad con futuro, 1987, el Ayuntamiento de Valencia invitó a todos los agentes sociales y económicos a debatir una estrategia territorial que consagrase la evidencia de las relaciones entre espacios contiguos (para curiosos, pp. 14-18, 58). Las chanzas de saltimbanquis periodísticos, políticos y demás, sin leerlo, evitaron la discusión razonable, reduciendo su posible utilidad al escombro de su ignorancia.

Sorprende a veces, es un decir, los fogosos arrebatos de algunos empresarios de ahora mismo ornados de expresiones antisistema como la de quebrar cristales. Sorprende más todavía la pasividad provinciana de estos mismos mientras un nuevo sistema de comunicaciones, basado y centrado en Madrid, se desarrollaba contra todo consejo técnico o económico en detrimento de los intereses colectivos de los valencianos . Las provincias miraban el espejismo del eje de la prosperidad hacia la capital del Estado, y los hoy vociferantes seguían cual manso rebaño las indicaciones de los pastores del nuevo tiempo del pelotazo, las comisiones, el saqueo del erario y la destrucción de los activos propios: finanzas, industria, agricultura, paisaje. Con inefable alegría y pingües resultados individuales, se sumaron todos, incluso en temas tan sensibles como los Fondos Estructurales europeos o la formación y reciclaje de los trabajadores. Del eje de la prosperidad, al retraso evidente.

Con el mismo entusiasmo, el rebaño desoyó las ofertas de Pasqual Maragall cuando se estaba a tiempo para ejercer una presión cimentada en la potencia demográfica y económica de las autonomías mediterráneas. Los resultados afloran ahora: de Alicante a Valencia, dos horas, y tres a Castelló; de Valencia a Barcelona, con suerte tres horas y media. Eso sí, a Madrid hora y media o dos horas.

La lluvia de subvenciones sin control alguno propiciaba la satisfacción de las élites políticas y empresariales provinciales. Subvenciones o nombramientos, a satisfacción de todos y a cambio del manso silencio. La reprovincianización dejó sin conectar las comarcas valencianas, lo que contribuye al recelo y la desconfianza de unas respecto a otras. Todo condujo a olvidar la masa crítica demográfica y económica a la hora de vertebrar un espacio: de uno en uno es más fácil dominar a todos. Las conspiraciones de barraca, copa y puro van bien para el éxito de campanario, pero sirvieron y sirven poco para perseguir objetivos estratégicos, para imponer las necesidades y exigencias en los cuarteles donde se toman las decisiones.

Cuarenta años después seguimos pagando una autopista de peaje, carecemos de comunicación eficaz entre nuestros puertos y nuestra comunicación europea por Barcelona, su paso natural. Los proyectos caminan a paso de caracol en un período de vacas flacas al que hemos contribuido con nuestro propio despilfarro y la irrelevancia de nuestra posición social y política en el seno de España.

Desde luego, aquellas élites provincianas están definitivamente agostadas. Se requiere una labor en profundidad prescindiendo de las flatulencias propias de los esmorzarets y la manta al coll; pese a las dificultades acrecentadas, volver al trabajo. Con la cooperación de todos los agentes implicados. Con una dirección política, que corresponde ahora de manera responsable a los gobernantes elegidos por la ciudadanía que quiso y pudo emprender un nuevo camino, alejado de la peste corrompida y del despilfarro del erario.

Resultará más difícil, posiblemente más caro en términos económicos e incluso medioambientales, y no cabrá el recurso a «Bruselas dice», «la Unión Europea obliga», aducidas con tanta ignorancia como desfachatez: que se sepa, los ministros de España sientan sus posaderas en los Consejos y hay parlamentarios valencianos en Estrasburgo. Se trata de superar un retraso cuyos tiempos pueden resultar peligrosamente cercanos a la irreversibilidad de sus consecuencias.

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