Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

No olvides su mirada

Paco: «Mi padre era de esas personas que un niño desea ser cuando crezca y lo que un viejo hubiera querido ser cuando era joven. Por desgracia, esas cualidades no se heredan y, para colmo de males, yo atravesé una mala época en la adolescencia que me llevó a distanciarme de él al tiempo que me convertía en un memo. Ya sabes, la estúpida costumbre que adquieren algunos hijos de oponerse a todo lo que representa un padre por creer de forma fatua y bobalicona que la resistencia es una forma de autoafirmación. Él lo respetó, por supuesto. No iba con su forma de ser lo contrario. Supongo que suponía que el tiempo pondría las cosas en su sitio sin necesidad de soltar sermones y demás rollos paternalistas que él detestaba.

Por desgracia, cuando mi mente maduró lo suficiente para entender que su ejemplo era la mejor educación que podía darme ya era demasiado tarde y él ya no estaba allí para seguir aprendiendo con el elocuente silencio de lo que hace falta decir. Sólo le recuerdo un enfado conmigo. Yo estaba en plena fase insolente y trataba a mi madre como una criada. Ella callaba, abrumada por la decepción: había dedicado tantas horas a hablar conmigo cuando era niño para inculcarme valores que mi padre representaba (honestidad, lealtad, integridad, coraje, respeto...) que darse cuenta de que había perdido el tiempo conmigo la corroía. También es tarde ahora. Y los remordimientos nunca son una cura fiable. Una mañana, tras un grito a mi madre que hizo temblar las paredes de la casa, mi padre dijo que le siguiera a mi cuarto. Nunca le había visto una mirada tan sombría. Cerró la puerta y acercó su cara a la mía. ´Esa mujer a la que has gritado daría su vida por ti sin vacilar ni un segundo, me dijo, recuérdalo cada vez que tengas la tentación de portarte como un miserable con ella´. Aún me duele esa mirada, pero gracias a ella empecé a salir del fango».

Compartir el artículo

stats