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Un cambio sin rumbo claro

Ximo Puig y Mónica Oltra han ejecutado esta semana la primera reestructuración del Consell de coalición poco más de un año después de su constitución. Y lo hacen, según su propia expresión, para salir del «pozo social» y centrarse en la creación de empleo. Para ello, han renunciado a tocar ninguna de las piezas principales y han procedido a un movimiento de piezas en el segundo escalón de la Administración: nuevos secretarios autonómicos, delegados, comisarios y directores generales para intentar relanzar la actuación del Ejecutivo. Resulta, sin embargo, desesperanzador que al cabo de un año de gobierno, quienes llegaron al poder con el compromiso de «rescatar a la gente» tengan que acometer este cambio precisamente para salir del «pozo social». Porque entonces, ¿que han hecho en este tiempo? Parece un período excesivamente largo para una situación de emergencia social como la que pintaban desde la oposición y cuando se supone que precisamente el objetivo prioritario de ese nuevo Ejecutivo era poner coto a esa crisis.

Es obvio que el nuevo gobierno valenciano se encontró con una situación financiera precaria „como mínimo„ y con las arcas prácticamente vacías para emprender cualquier nueva política, al margen de atender los gastos básicos de la prestación de los servicios públicos. Pero eso no se aleja de lo previsto: todo observador, por poco perspicaz que fuera, sabía lo que había; o más bien, lo que no había. Por tanto resulta increíble que quienes aspiraban a gobernar no tuviesen claro desde el primer momento cuál era el panorama que les esperaba y cuáles debían ser sus prioridades. Y con todos esos elementos sobre la mesa, que no diseñaran una acción de gobierno y una estructura capaces de afrontar desde el minuto uno con las mínimas garantías las urgencias.

Sin embargo, parece que ha tenido que pasar este año largo para que a alguien se le abrieran los ojos. Porque este tiempo ha sido suficiente también para que muchos de los que auparon ilusionados al nuevo poder se sientan mínimamente defraudados por el magro resultado del cambio. Teniendo en cuenta todos los inconvenientes financieros, administrativos y de toda índole que se puedan alegar, el problema fundamental del bipartito es que transcurridos estos meses no puede presentar un discurso nítido sobre sus prioridades y sobre una línea clara de acción política. Más allá del manido discurso de la losa de la «hipoteca reputacional» que el president pronuncia como un mantra, las dos grandes líneas reconocibles con las que se define la política del Consell son la infrafinanciación y la reivindicación del Corredor Mediterráneo. Dos ejes a los que ya se había apuntado previamente el PP en su última época de gobierno y a las que PSPV y Compromís solo han podido aportar un tono más firme y alto en las quejas, porque en cuanto a resultados efectivos seguimos igual: a cero. Ni siquiera la principal prioridad política de visibilidad social, la reapertura de Canal 9, ha tenido éxito.

Mientras tanto, las políticas más cercanas y efectivas a corto plazo, o siguen brillando por su ausencia o cuando se han adoptado medidas sencillamente han enrevesado aún más la situación previa. Consellers o conselleras prácticamente desconocidos por los sectores que tienen que administrar e impulsar; otros y otras que parecen haber entrado en una carrera de medidas que en un alarde de torpeza se solapan entre sí, sin que se puedan rentabilizar y dando lugar a una imagen de caos e improvisación; o comisionados y agencias de rimbombante nombre y no menos loables objetivos de los que apenas se conocen genéricas declaraciones de intenciones... La gestión se ha visto lastrada por una dispersión de objetivos y políticas que impide, a estas alturas, visualizar una prioridad clara, por más que el objetivo proclamado haya sido el de «salvar a las personas». De hecho, las decisiones que han ido dirigidas a resolver problemas inmediatos de colectivos como los dependientes han quedado absolutamente desdibujadas en ese magma informe en que se ha convertido la acción de gobierno.

Contra lo que se pudiera haber temido en un principio, el mestizaje no ha sido precisamente la principal piedra en el engranaje. Esa falta de empuje en muchas áreas del gobierno es atribuible directamente a las carencias „tanto políticas como de conocimientos„ que algunos de los titulares de consellerias exhiben para desesperación de los sectores directamente afectados. Por eso está por ver que los relevos en los segundos escalones resulten realmente efectivos sin haber tocado a quienes deberían ser los principales impulsores de la acción de gobierno. Además, se añade el agravante de que esa falta de rumbo claro y de presencia política está dejando desguarnecidos numerosos flancos y sembrando el terreno para la crítica de la oposición y de sectores sociales minoritarios que consiguen hacer de sus problemas particulares casi causas generales y agravios contra toda la sociedad. Si la oposición no estuviera prácticamente desaparecida „pese a los gritos de Isabel Bonig desde la tribuna de las Corts„ sumida en sus propios problemas, el Ejecutivo autonómico a buen seguro se enfrentaría a un nivel de conflictividad mucho más elevado.

Aunque los incendios no solo llegan desde la trinchera contraria. Los dos integrantes del Consell han padecido también el fuego amigo de su tercer socio en el Acuerdo del Botánico. Podemos, que a destiempo y con formas equivocadas, como de costumbre, ahora pretende renegociar e intenta „o no, quién sabe„ entrar en el Ejecutivo, ha hecho más por entorpecer la acción de gobierno que lo que el PP haya podido hacer desde la oposición. Antonio Montiel mediante, los podemitas han frustrado la gran apuesta del primer año de la legislatura „la fallida reapertura de Canal 9„ y han llevado la desconfianza y el enfado a las filas de sus asociados, por no hablar de los miles de votantes que apostaron por una auténtica alianza capaz de sacar a la Comunitat del marasmo en que los anteriores ejecutivos la dejaron.

Y en ese punto llega este intento de reforzar la acción de gobierno. Pero que nadie se engañe. Por mucho cambio en la política informativa que se quiera ensayar también, si detrás no hay una estrategia política clara y determinada, nada podrá hacerse más allá de vender humo: y cuando se disperse, descúbrase que nada había. Porque a estas alturas ya a este Consell no le queda tampoco la excusa de la herencia recibida: es todo lo mala que todos sabemos, pero los ciudadanos optaron precisamente por un relevo para dejarla atrás y cambiar el rumbo. Pero por ahora, ese rumbo es vacilante, indefinido, envuelto en una bruma que no permite otear un horizonte claro.

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