Sosiego, tranquilidad. No pasa nada. En democracia es normal, y estimulante además, poder compartir lo más posible con los que se suelen denominar adversarios políticos. Ni siquiera yo emplearía esa denominación con Mónica Oltra, no la considero mi adversaria, sino algo mucho más preciado y sensato: mi interlocutora legítima democráticamente. Cuánto mejor iría este desnortado país de nuestros muchos pecados y culpas si viéramos en las demás personas públicas a nuestros interlocutores que a nuestros adversarios y no digamos a nuestros declarados enemigos.

Siendo esto así, es lógico que uno se pregunte en voz alta y pública qué comparte con la vicepresidenta del Gobierno de todos los valencianos, o sea, de mi gobierno. Porque claro, lo literalmente absurdo es que no pudiera compartir nada, que de nada pudiésemos establecer diálogo y ningún acuerdo político fuese posible entre una persona como yo, un liberal moderado, y una persona como Oltra, una valencianista progresista de la formación Compromis. Pero sobre todo, insisto, Mónica Oltra es la vicepresidenta de mi gobierno y, desde ese punto de vista, mis puntos en común con ella son convergentes y plurales, dispares en ocasiones pero felizmente amplios.

Yo estoy de acuerdo con la señora Oltra en que nuestra comunidad autónoma tiene legítimo derecho a defender y exigir, sea cual sea el próximo gobierno de España, una financiación no sólo justa, sino constitucional en función de aquellos derechos fundamentales a los que debe servir por medio de la administración autonómica, o sea, la Generalitat, el gobierno de todos los valencianos. Ello implica la regularización de nuestra deuda y las inversiones estatales de acuerdo a la población y a las necesidades estructurales de la Comunitat Valenciana.

Es importante, y en ello estoy también de acuerdo con la vicepresidenta del Consell, en que ella no llora cuando vindica derechos públicos. Es cierto. Y esa es una mala crítica por parte de algunos. Reivindicar un derecho público fundamental desde el punto de vista de su gestión administrativa, por un lado, y de su valor constitucional. por otro. no es nunca una pejiguera con la que una se levanta para incordiar al prójimo, sino una legítima aspiración política. Que no es lo mismo. Hace tiempo que vengo reclamando, sin éxito alguno como es natural, que los grandes partidos de ámbito estatal valencianos „PP y PSPV„ sean de verdad autonómicos; es decir, que intenten, dentro de sus organizaciones nacionales, velar y defender los intereses inequívocamente valencianos desde la óptica de un liberalismo reformista, en el caso del PPCV, de una socialdemocracia prudente en el caso del PSPV. Es muy difícil, cómo no voy a saberlo yo, pero enteramente necesario en el escenario de nuestra política, la que debemos hacer los valencianos para que nadie la haga en nuestra contra.

Es claro que la formación de Oltra, Compromís, guste o no, se esté o no de acuerdo con ella en todas o en casi ninguna de sus ideas o compromisos es un grupo valenciano, hoy por hoy, en el Congreso de los Diputados y ello es una alegría para cualquier valenciano, también para mí por serlo, que desde siempre, siempre, ha reivindicado esa minoría valenciana en el Congreso. Naturalmente sin éxito alguno, como era natural desde una formación como el PP, o como el PSPV en el caso de otros colegas parlamentarios. Me pregunto si sería útil, fíjense en la propuesta, que los diputados valencianos de todos nuestros partidos políticos hablaran entre sí, e incluso llegasen a acuerdos, para defender todos a la vez, sea cual sea el próximo gobierno de España, los intereses de nuestra tierra. A la señora Oltra le gustaría llamar a esto «A la valenciana». No tengo inconveniente alguno, pues sí, «A la valenciana». Ejemplos: financiación, infraestructuras vitales, corredor mediterráneo, grandes inversiones del Estado en nuestra autonomía... Y también algo esencial: respeto por la Comunitat Valenciana en Madrid al ver, y mira que es difícil en el Congreso, que los valencianos hablan entre sí, e incluso se van a comer paella juntos, sin que les chirríen las meninges ni el estómago haga de las suyas tras los postres.

Comparto con Mónica Oltra que no guste de tener enemigos políticos. Ella no lo es mía. Espero yo no serlo jamás suyo. Nunca. Y me encanta, es así y lo digo claro, una política valenciana con su responsabilidad actual que diga, como hace en su entrevista del pasado 31 de julio en este periódico, que con Ximo Puig, president de la Generalitat trabaja «los afectos». Muchos no lo entenderán. Yo sí. La amistad cívica es esencial en la vida política democrática, pero los afectos personales por encima de cualesquiera posición ideológica o de poder es la culminación de la mejor ética pública.

Claro que discrepo en muchas cosas con Mónica Oltra. En algunas más que en otras, algunas amistades políticas no son de mi gusto. Tampoco las mías, o parte de ellas del suyo. Estamos a la par. Pero sin duda, Mónica tiene mi amistad cívica, mi respeto democrático y mi estima y consideración personales. Le deseo todo tipo de aciertos en su labor de gobierno.