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La irrealidad virtual

Pedro: «Algún día, las casas serán grandes cementerios de muertos vivientes que se alimentarán por vía intravenosa y estarán permanentemente conectados a una realidad virtual que les dará lo que quieren vivir. Para qué perder el tiempo con seducciones reales cuando se puede elegir a la mujer o al hombre de tu vida en un panel de cualidades y luego ponerte las gafas y los guantes „o lo que vaya a ser necesario acoplarte„ para tener sexo seguro con cuerpos perfectos que no te van a exigir nada, que no te van a pedir compromisos, que no sufrirán el desgaste de la convivencia, que podrán irse sin protestar para ser sustituidos por otra criatura que en realidad sólo existe en tu cerebro.

¿Quién va a querer ir al cine o viajar cuando bastará con ponerte los artilugios necesarios (tal vez algún día bastará con un chip implantado en el cerebro) para sentir que formas parte de la película o pasear por Nueva York entrando donde quieras y con el clima que te apetezca? ¿Qué sentido tiene ir a un campo de fútbol cuando tendrás la oportunidad de estar metido en el mismo terreno de juego oliendo el sudor de las estrellas sobre la hierba? ¿Cuántas horas dedicarán al día los que ahora se pasan media vida disparando o corriendo o cortando cabezas en videojuegos adictivos?

Seguro que yo probaré también esas experiencias revolucionarias, pero seguro que no permitiré, más allá del placer inicial y momentáneo, que me conviertan en un robot, en una máquina que sólo obtiene placeres alimentados de sensaciones falsas y embrutecedoras a la postre. Seguiré prefiriendo el temblor de la incertidumbre, la realidad de las sorpresas, el aprendizaje cara a cara, la sensación real de compartir con otros mi tiempo y espacio, la inextinguible necesidad de ser humano y no un mero receptor de imágenes que parecen tan vivas que apestan a muerte».

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