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La economía vudú de Donald Trump

Todo el mundo recordará la que llamaron "economía vudú" del mediocre actor metido a político Ronald Reagan. Consistía fundamentalmente en estimular la oferta mediante una importante bajada de impuestos a los ricos.

Sus asesores económicos, entre ellos Arthur Laffer, autor de la curva que lleva su nombre, sostenían que enriqueciendo a los ya ricos, éstos gastarían más y al final los pobres podrían recoger también las migajas del banquete.

Luego se demostró que aquello era falso, que lo único que se consiguió fue aumentar aún más la brecha entre ricos y pobres en Estados Unidos, como ocurre en otros países que han seguido esa doctrina.

Pues bien, el actual candidato republicano Donald Trump, un empresario sin demasiados escrúpulos, vuelve a sostener esa vieja teoría porque en Estados Unidos no hay nada que haga salivar más a la gente que la promesa de una bajada de impuestos.

Bajada que, como en ocasiones anteriores, no beneficiará a esa cada vez más desclasada clase media a la que Trump trata de seducir con sus demagógicas promesas, sino a las empresas y a quienes ya más ganan.

Trump prometió así eliminar el impuesto de sucesiones, rebajar a más de la mitad los que pagan las empresas y simplificar y reducir el impuesto sobre la renta. Y se atrevió a anunciar sin pestañear que con todo ello el país conseguiría reducir su endeudamiento. Si lo de Reagan era "economía vudú", ¿cómo se llama esto?

En lo que si se aparta Trump de la tradición republicana es en sus fuertes críticas a la globalización y al libre comercio al amenazar por ejemplo con imponer una tarifas arancelarias del 45 por ciento a las importaciones chinas, algo que el cada vez más crecido gigante asiático no aceptaría por supuesto sin más.

"Coches estadounidenses recorrerán nuestras carreteras, aviones estadounidenses conectarán nuestras ciudades y buques estadounidenses patrullarán nuestros mares. El acero estadounidense levantará nuevos rascacielos", prometió en su habitual tono populista el magnate de la construcción.

Sorprende a muchos el que, a diferencia de Reagan, que tampoco parecía entender mucho de economía, Trump, a quien parece que le basta con ser un exitoso hombre de negocios, aunque fuese con la ayuda inicial de papá y pese al fracaso de algunas de sus aventuras empresariales, no se haya rodeado de un equipo de expertos en esa disciplina.

El único especialista en su equipo es Peter Navarro, de la Universidad de California, conocido crítico del libre comercio a quien parece importarle un bledo una guerra comercial con China, país al que culpa de todos los males que sufre EEUU.

Los demás son multimillonarios también del sector inmobiliario como Trump, inversores o especuladores como John Paulson, un famoso gestor de fondos que con la ayuda inestimable de Goldman Sachs apostó con éxito por la quiebra del mercado inmobiliario estadounidense.

Curiosamente, Paulson quiere volver al patrón oro, abandonado por Richard Nixon en 1971, lo que constituiría un importante desvío de la política monetaria seguida hasta ahora y lo que, en opinión de algunos, podría originar una grave crisis.

Trump no es sólo un demagogo insufrible, sino que muchos le ven también como un factor de riesgo no sólo en política, sino también en el terreno económico.

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