Dígame usted, señor liberalote, divulgador de ambigüedades, acatador de confusiones, postulante de obscenidades, propagandista de libertinajes y apóstol de la ordinariez, si en el tiempo del tiquismiquis y la desconfianza, del carné y del permiso, del papel timbrado, la titulomanía y el administrativismo absoluto, cuando para todo hay que demostrar aptitud académica y formación certificada, ¿no habría que instaurar un diploma de paternidad con sus cursos previos y sus exámenes, con su temario exhaustivo y su recorrido académico, en orden a paliar el perjuicio gordo que los mal educados acarrean a la sociedad? ¿No le resulta paradójica tanta preocupación por nuestro vehículo, por nuestra manera de obtener energía, por nuestro suministro de agua, por nuestro acceso a la televisión y a internet, por que podamos decirnos en cualquier momento y lugar todas las tonterías que se nos ocurran y mandarnos todas las imágenes que se nos antojen, mientras que la indiferencia es total cuando se trata de añadir individuos al padrón?

Quizá le ha tomado usted gusto a rebozarse de barro audiovisual, a hozar en la cochiquera electrónica, y el deliquio porcino le incapacita para darse cuenta de las cosas; pero no se preocupe, que yo se las digo: el poder político y económico sólo tiene interés en aquello que sirve como excusa para cobrar un impuesto; por eso no ha exigido ni exigirá nunca ningún peritaje concreto para tener hijos; por eso mira con lupa los coches y las compraventas pero hace la vista gorda en las maternidades. Si usted pasara, como yo, tres cuartas partes del año atisbando por el ventanuco al futuro que son las aulas vería la falta que hace un examen previo a la paternidad, una reválida minuciosa en que se compruebe la implicación, el sentido de la responsabilidad y el grado de madurez en los que aspiran a inaugurar una familia.

Es asunto de vital importancia, pero calla usted como callan tantos; desfallece usted; se rinde a la grosería mediática y al gatuperio planificado; se le hace a usted una montaña la reflexión y la protesta; otorga usted. Y la sociedad se llena de inconscientes que la perjudican y se perjudican a sí mismos, de ignorantes embrutecidos, de ilotas indefensos y almas en pena. Si las autoridades no requieren pronto unos estudios oficiales para ejercer la paternidad, y no imponen a los infractores una multa o un cursillo de reciclaje, como los imponen a los médicos de pega y a los conductores que circulan sin permiso, acabaremos pareciendo la santa compaña.