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Bilis y electricidad malsana

Los festivales veraniegos de rock son una de las constataciones más palmarias del estado de la sociedad actual. Manadas de jóvenes y jóvenas se hacinan cómodamente durante cinco o seis días, con sus noches, durmiendo „si es que duermen con tantos estimulantes en su cuerpo, caso del café, entre otros„ en tiendas de campaña o directamente en sacos de dormir o en el suelo. Hay duchas, pero no 300.000, el número de jóvenes y jóvenas que asistió a la 7ª edición del Arenal Sound (Burriana, París y Londres, según el popular dicho). ¿Cuántos y cuántas no se ducharían durante los cinco días? No es de mi incumbencia porque no fui a escuchar espasmos electrónicos. Pero valoro mucho la higiene corporal.

He leído todas las crónicas sobre este festival y otros. Y me ha dado por ahondar en este ruido electrónico. Estoy empeñado en obtener un master de rock por la Wasatch University (Utah, EE UU), situada en las estribaciones de una espectacular cordillera. Territorio del western. Y de los mormones. Cerca del Gran Lago Salado. Llevo más de ocho meses preparándome. He estudiado abundantes informes. He leído muchísimas entrevistas, críticas de recitales y escuchado discos (esposado). Y he ido, de incógnito, a festivales „disfrazado de Podemos, pijo o colgao„; a tantos que he perdido entre 40 y 45 dB (decibelios) de capacidad auditiva.

El especialista de la Seguridad Social me ha diagnosticado «sordera neurosensorial de grado medio por la repetida y constante exposición al rock en directo». A cambio de quedarme casi sordo, he conseguido profundizar en los arcanos del rock. Les transcribo, parcialmente, mi trabajo de documentación, producto de muchas entrevistas y lecturas. Las citas son textuales: «Todo lo que sabía era que empezamos a tocar y a conseguir sold out en nuestros concierto». «Hay tanta energía fluyendo que eso significa caos, anarquía, utopía y autonomía». «Desde que entró Claire, el grupo ha ganado en intensidad». «Un disco que me golpea el estómago como un puñetazo y cuyo efecto permanece como una resaca de domingo en tu cabeza».

Otrosí: «Nosotros somos bastante bipolares, como Charlie Sheen. Tenemos una parte indie y una parte electrónica». «Nuestro evolución ha sido progresiva. Si hubiéramos saltado de Lunar Strain al sonido actual, entendería el revuelo». «Mientras el disco anterior lo grabamos en el dormitorio de mi casa, esta vez trasladamos el estudio a la cocina».

Todos hablan de sonido. Nadie de música. «Sabemos cómo queremos sonar, pero en ocasiones no sabemos cómo lo tenemos que hacer». «Sería de lo más vergonzoso que la gente viera lo ineptos que somos con un instrumento bajo el brazo», confiesa un miembro de Justice.

Las reseñas de los críticos: «Tras cuatro años de poner patas arriba las pistas de baile más macarras». Otro colega: «La melodiosa voz de David tiene ese indefinible punto de enganche que te hace dibujar una sonrisa de lo más idiota en tu rostro». Otro: «Black Country Comunión es un supergrupo sin sinergias, como suele ocurrir en estos casos, que construyen un muro de sonido, ejem, enladrillado».

Siempre el inalcanzable y escurridizo sonido: «Nos hemos esmerado más que nunca en el sonido y hemos enfocado el disco como un todo completo, con una misma dinámica y un buen flow». Otro crítico: «Su hard rock metalizado con toques sureños fue todo un chute para los sentidos». Y otro: «Art rock con pinceladas dance en estado puro». O este otro: «Su blues dadaísta y andaluz». ¿Y qué tal este?: «Bombardearon al auditorio con bilis y electricidad malsana».

También he acopiado mucha información de los nombres de algunos grupos: Los radiadores, Nudozurdo, El columpio asesino, Triángulo de amor bizarro, Miss Cafeína, Niños mutantes, Miedos y otras fobias, Los carniceros del Norte, Acid house kings, Los delinqüentes, Benito Kamelas, Escuela de odio, Odio París, Molotov o Chícharo psicótico.

Esta es la cultura musical, literaria (letras nihilistas) y moral del siglo XXI. Uno de los embriones básicos de Podemos. Hoy, o se nace rockero, o no se nace. Cierren todos los conservatorios, las escuelas de música, los auditorios de música culta, los grupos corales, los teatros de ópera. La muchedumbre ha vencido, con la complicidad de las tablets y el iPhone.

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