Cuando era una niña, me encantaba jugar a ser maestra. Tenía la costumbre de poner a muñecos y peluches en fila y les enseñaba montones de cosas. Mentiría si dijera que recuerdo exactamente qué, pero mi madre comenta que podía estar horas yo sola en mi habitación mientras duraba la clase. Incluso, si alguno de mis alumnos se portaba mal, lo castigaba. Para mí, no era mi cuarto con mis peluches. Durante un rato, se convertía en un aula con sus estudiantes y unas lecciones que aprender. La ficción es un elemento fundamental en los juegos infantiles, al menos en los de antes, que obligaban a ejercitar la imaginación. Hacerse adulto, madurar, implica saber diferenciar el mundo real del ficticio. Nadie se extrañaría de ver a un niño de 4 años subido al palo de una escoba pensando que es su caballo. Sin embargo, este comportamiento en hombres de 40 es más propio de la esquizofrenia.

Son muchos los pensadores que han venido advirtiendo en los últimos años sobre la tendencia a la infantilización de la sociedad. Nos hemos convertido en adultos con la necesidad de estar continuamente entretenidos. Olvidando que incluso de pequeños es bueno aburrirse, según recomendaciones de los psicólogos. Queremos para nosotros las ventajas de la niñez „que incluso reclamamos como derechos„ sin asumir las responsabilidades que implica haber crecido. Nada nuevo bajo el sol, si no fuera porque a veces una tiene la sensación de que la propensión a la inmadurez se acrecenta hasta rozar lo enfermizo.

En los años 90, cuando pensábamos en las ventajas que nos traería una tecnología que nos ha hecho la vida más fácil, probablemente muy pocos habríamos aventurado que tanto avance iba a desembocar en hordas de descerebrados cazando gamusinos en los lugares más insospechados. Pues sí. Parece que el progreso era Pokémon Go. Nada tendría de malo que cada uno pierda el tiempo como le plazca „cada uno es muy libre de entretenerse a su manera si utiliza el sentido común„ si no se estuviera poniendo en riesgo la seguridad de los demás. Ya no digo la propia. Si uno decide tirarse por un barranco subido en un barreño y con un cubo de basura como casco, adelante. Mientras luego no solicite indemnizaciones por los daños sufridos si se rompe la crisma en su aventura.

Caídas, cortes de tráfico o intrusiones en dependencias de la Guardia Civil son algunos de los incidentes que nos ha dejado la locura por estos mopis, que también se cuelan en los plenos municipales. Se han convertido en un problema para la seguridad de todos, por si no teníamos suficientes. Tanto es así que la Policía se ha visto obligada a difundir una serie de consejos para jugar sin correr riesgos. Como cuando nuestros padres tenían que ponernos rodilleras al aprender a montar en bicicleta. Una recopilación de perogrulladas que daría vergüenza tener que explicar a mayores de 15 años. Recordando a miles de ciudadanos a quienes se les supone ya con capacidad de votar que están en el mundo real aunque persigan bichitos de colores. Que cuidado con los pasos de cebra y los coches. Advertencias que mi madre dejó de hacerme hace ya unas cuantas décadas.

Pero no sólo nos hemos conformado con retroceder en nuestra incapacidad de distinguir realidad y ficción propia de la más tierna infancia. Sino que también hemos recuperado la insolencia y la falta de respeto propias de un adolescente rebelde. El campo de concentración de Auschwitz ha tenido que prohibir que sus visitantes intenten atrapar pokémons en el mismo sitio donde otrora un ser humano era torturado. Por lo visto estaban encantados con unos turistas siempre alerta por si Pikachu aparecía en la cámara de gas. ¿En qué clase de sociedad enferma nos hemos convertido para ser incapaces de empatizar en un lugar así con las más de un millón de personas que perdieron la vida en ese campo de concentración? ¿Qué supuesto derecho a la diversión continua nos da carta blanca para faltarles al respeto a ellos y al episodio más negro de nuestra Historia? ¿Pensamos que no tiene importancia alguna? Son interrogantes que una no se atreve a contestar ante el pavor de intuir la respuesta.

Y en estas estamos. Intentando pasar el rato. Obligando a la Policía a tutelarnos en nuestros pasatiempos como si no tuviera nada mejor que hacer. Como si la escuela que pagamos con nuestros impuestos no hubiera servido para nada a algunos como para que ahora tengamos que invertir también los escasos recursos de nuestras fuerzas de seguridad a hacer de padres. Y no se te ocurra decir nada porque todavía salen con que les incentiva a hacer ejercicio y socializarse. Como si los adultos no pudieran hacerlo por sí solos. Éstas son las grandes preocupaciones de Occidente mientras otros están planeando aniquilarnos. Niza y Alemania nos lo siguen demostrando. Lo peor de todo es que viendo según qué comportamientos, una empieza a pensar que nos lo merecemos. Por gilipollas.