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Pseudónimos, heterónimos y alias

He tenido más vidas que un gato (siete suelen decir) y he salido de tres accidentes graves, dos incendios, dos inundaciones y un desplome; vivo y aquí me ven. Y mis enemigos, que tienen talla para intrigar pero no para dar la cara, se lamentan entre sus amigotes. Si supieran toda la verdad se arañarían las caras, o la jeta, que tener tienen.

Y esto lo firmo con mi nombre artístico, desde que en el Luis Vives firmaba tres artículos (un cuento, poemas y crítica, por cada número). Hay quien no quiere saberlo, que solamente existe sobre el papel R. Ventura-Melià (Belda tenía sus dudas, pero me dejó estar). Y Ricardo Treviño, el hijo del guardia civil de mi pueblo, lo quiso ignorar en Batlia, y le endosé una filípica. A ver, ese Rafa Ventura que a veces cariñosamente Mara Calabuig me endilga, sólo existe para el bulo o en el filo de las lenguas anabolenas, o en su mente, très bougeois, yo a ella se lo paso todo, porque con mi primer libro me entrevistó en la Ser. Estoy agradecido, como a Olga Real, la crítica de Levante-EMV. Mara, por lo que veo, nunca ha mirado Las Provincias, pese a ser de sus tíos, porque allí yo firmaba lo mismo que he firmado aquí. Otra cosa es cuando he usado las iniciales, así R. V. M., como hacen otros.

Pero he visto recientemente que en Valencia Semanal yo firmaba con muchos heterónimos. He sido a veces J. T., que es Julián Torres, por el hijo del hermano de mi abuela, que era un gentleman y gran fotógrafo. También he firmado en Generalitat como o Gluck (que es Ventura en alemán). Pero veo que entrevisté a Juan Goytisolo, cuando nadie le hacía caso, por El reino de Taifas, y firmé Onieguin. Yo soy de cultura rusa. No como Lourdes Rubio, a quien dejándola hacer la siesta en mi casa, no le conocía esa veta. Yo a los doce leía todo Turgueniev y ya se ve a los 14 a Pushkin, y a Nabokov (mis amigos han visto hace pocos días los manuscritos de 1962, asombrados, eso es fácil). Me presenté para la beca del San Juan de Ribera y firmé con ese Onieguin fatídico, en la casa de los beatos y/o falangistas. Entró quien me miró el examen, y llegó a cargo de la Politécnica, con ayuda de Conejero, el químico (era guapo y en bata más).

Y bien, lo más escandaloso. Firmé durante años toda la sección de humor de Valencia Semanal como La peineta rebelde, y firmé mi artículo en Ajoblanco como tal peineta y rebelde. Y vaya escándalo y tres años en el TOP y dos despidos encadenados (y ni perdón luego, al ganar el juicio en el Supremo). Bueno Arturo Monfort Torres era el jefe de los servicios jurídicos del Cap i Casal. Es el nieto de mi tío, qué cosas. No leía. Su abuelo me compraba un regalo en cada visita, hasta 1961.

Convencí a los de Radio Klara para no usar indebidamente mi nombre de guerra, que tan duramente había defendido y reconocido ante tres jueces, tres veces. No como otro que se ponía frenético cuando tenía que reconocer que él era La fallera mecánica. Mismamente. Peor lo tiene Lluís Fernández, el director de la cosa, que no quiere mostrar su película ni 50 años después. Él, que se inspiró en uno del PCPV para L´anarquista nu y luego Fabregat lo puso desnudo en portada de Valencia Semanal. Éramos underground y atrevidos. Ya ven, con o sin pseudónimo, o con peineta o sin ella. Pero yo no me he disfrazado de fallera, Julio Tormo y uno de los Serratosa sabían mucho sobre indumentaria. Hasta hacían la ofrenda en su casa. Y luego montaron la King Kong, que es historia de las fallas, y me pusieron a mí de figura central, ay, qué honor, macanudo, tíos. Y con Eric Milik de Francisco José. Vaya golpe.

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