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Rafa, Ventura e, incluso, Melià

Ventura-Melià está en su derecho de reclamar que, por escrito, se le aluda por su nom de plume que es, al parecer el que encabeza este texto, incluido el guión que produce un compuesto a partir de dos apellidos que eran simples, para eso están los enlaces químicos y los nobiliarios, pero creo que es una tarea agotadora, además de inútil, tratar de que los demás nos llamen como nos gustaría. Al final te llaman de todo, que es lo correcto. Y si Mara Calabuig, una señora de verdad, te ha llamado Rafa Ventura, Rafa, seguro que lo ha hecho con el respeto y cariño con el que suele invocar muchos otros nombres, casi nunca en vano.

Pero el motivo de esta nota es otro: tratar de fijar ciertas cuestiones de autoría en torno a un pseudónimo que usamos, más de dos y más de tres, y que es La peineta rebelde. He dudado si convenía o no entrar en el tema, que no deja de ser una minucia y más en la perspectiva de más casi cuarenta años, pero al final me ha decidido un viejo pensamiento heredado: el que calla, otorga. Y que conste que no me importa otorgar, incluso con cargo a mi peculio, queda muy real „de realeza„ y, como decía el viejo anuncio, «En España, cada hombre, un soberano, sí señor». Otorgar, pues, sería una emanación de la real gana y en este caso, no me da la gana.

Acepto que La peineta rebelde, el pseudónimo, lo inventó y usó R. Ventura-Melià en Ajoblanco y Valencia Semanal. No tengo motivos para dudarlo. También es obvio que fue el nombre de una sección de sátira en Valencia Semanal que, me parece (estoy en la playa y no tengo a mano la colección), se publicó desde el primer número. En esa sección, como suele ocurrir con el género satírico, intervenían bastantes redactores y colaboradores y éste que firma, entró también, con trapío de miura y espíritu de okupa: casi desde la primera semana de mi desembarco y hasta el final de la sección (que precedió en más de un año el cierre de la revista) hice lo posible por apoderarme del espacio de humor con el corazón de un topo hambriento. Poco antes de Fallas ya hacía y continué haciéndolo, entre el 80 % y el 90 % de las piezas de esta sección, La peineta rebelde. A veces, un poco más; a veces, un poco menos. Tengo testigos, entre ellos Amadeu Fabregat (la directora, Pilar López, se fue con la mayoría). También fui autor único de la columna del mismo nombre que publiqué en Valencia Semanal hasta su cierre.

Como R. Ventura-Melià («i m´embolicà», añadía yo maliciosamente en La Peineta Rebelde, por cierto) se rodea de Onieguin, Goytisolo, Turgueniev, Pushkin y Nabokov, adornado con el armiño de tantas celebridades rusas y no rusas, no entiendo como precisa de galas tan modestas como las que puede lucir este modesto jornalero de la pluma, más cuando, una parte de ellas, le pertenecen de modo legítimo, y cuando uno sólo es del mismo pueblo al que fue destinado el padre guardia civil del periodista (y amigo), Ricard Triviño, Sueca. Aunque mi abuelo era del mismo pueblo que el señor Ventura-Melià, Riola, a ver si estamos emparentados y aún me toca algún jirón de nobleza.

En fin, viejas historias de la transición, ustedes perdonen el gasto de tiempo y papel. Y ya que estamos de precisiones, aclaro que de los seis o siete presuntos coautores de los celebrados reportajes Derecha, derecha amb blau la vertadera y El fascio valenciano con nombres y apellidos, también publicados en Valencia Semanal, sólo uno de ellos los escribió de verdad. Los demás nos apuntamos para proteger al atrevido en plan «Jo també he avortat». Ah, los pseudónimos. Yo tengo muchos, pero no pienso decir cuáles, no renuncio a ganarme unos cuantos nuevos enemigos, que son la alegría y la sal de la vida.

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