La ansiedad es una emoción natural que forma parte de nuestros mecanismos de supervivencia biológicos. Por lo tanto, cierto grado de ansiedad es, incluso, deseable para el manejo normal de las exigencias del día a día.

Únicamente cuando sobrepasa cierta intensidad o supera la capacidad adaptativa de la persona, es cuando se convierte en patológica, provocando un malestar significativo, con síntomas físicos, psicológicos y conductuales. Es decir, temblores, sudoración, palpitaciones, taquicardias, mareos, náuseas, preocupación, irritabilidad, desasosiego, dificultad de concentración, miedo a perder el control...

Suele aparecer en unas condiciones ante las cuales percibimos posibles consecuencias negativas. Para afrontarlas y tratar de reducir esas amenazas nos ponemos en alerta; por ejemplo cuando nos presentamos a un examen, hablamos en público, tenemos una importante entrevista de trabajo... En todas estas circunstancias, el cuerpo activa un circuito de hormonas con el fin de que, inmediatamente, pasemos a la acción, lo cual produce una energía vital para que huyamos, luchemos, en definitiva, para que podamos salir vivos de esa situación alarmante.

Ahora bien, cuando esta situación se repite muy a menudo o persiste durante demasiado tiempo, se convierte en un estado mental, que produce una gran inquietud, una intensa excitación y una extrema inseguridad. Y es cuando, en muchas situaciones, el psiquiatra comienza a tratar este estado, apagándola con fármacos.

Ahora bien, debemos tener muy presente que la ansiedad es una señal necesaria en cualquier situación conflictiva activa y lo que debemos de tratar de descubrir son los conflictos activos que provocan ese estado.

Además, como líneas generales, es muy recomendable que llevemos a cabo las siguientes medidas:

- No acelerarse; recuerden que hacer las cosas con más rapidez no nos hace más eficaces.

- Organizar de forma racional las rutinas y tareas diarias.

- Reservar un tiempo para aquellas prácticas que nos resultan agradables y confortantes y nos alegran la vida.

- Aprender a pensar en positivo.

- Eliminar los "debería" y sustituirlos por "tengo que".

- Seguir una dieta variada y equilibrada, abandonando los estimulantes, café, alcohol, drogas, tabaco. Si no tenemos suficiente energía, hay que buscar dónde la perdemos o qué tenemos que hacer para reponerla.

- Hacer ejercicio físico.

- Dormir lo necesario para estar bien descansado.

- Sustituir los fármacos y relajantes por ejercicios de respiración, relajación e infusiones de valeriana. ¿No les parece, señoras y señores, que puede ser un buen camino aprender a recibir la ansiedad como una compañera de viaje que nos permite identificar y liberar nuestros conflictos?