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No me llaman

En un telediario pronunciaron siete veces la palabra adrenalina. La primera fue una señora que estaba a punto de tirarse en parapente y a la que la periodista acercó el micrófono preguntándole qué se sentía.

„ Mucha adrenalina „dijo.

La segunda fue un joven que bailaba sujetando en la mano una botella que de vez en cuando se llevaba a la boca.

„ ¿Qué tal? „le preguntó el periodista.

„ ¡Uf!, mucha adrenalina „respondió el muchacho.

La tercera fue una peregrina del Camino de Santiago que parecía agotada y que mostró a la cámara unos pies llagados hasta el hueso. Aseguró que podía aguantar tanto dolor gracias a la adrenalina.

He olvidado las cuatro restantes. Recuerdo que eran siete porque es el número de la suerte del 90 % de la humanidad. Todo el mundo quiere lotería que termine en siete y vivir en el número setenta y siete de su calle. Hay gente que tenía que nacer un seis y aguanta hasta el día siguiente para nacer un siete. Pero a lo que íbamos es que la palabra adrenalina es tendencia (y eso que no tiene siete letras) desde el principio del verano. Por cierto, que ahora me viene a la memoria un surfista del telediario mencionado al principio que también cabalgaba sobre las olas por la adrenalina. Era el cuarto. Si uno tiene paciencia, la memoria va haciendo su trabajo. De hecho, acabo de recordar el quinto: un locutor al que le subía la adrenalina viendo perder a Rafa Nadal. Le subía más cuando perdía que cuando ganaba porque parece que juega mejor cuando pierde que cuando gana, eso entendí, aunque no puedo certificarlo porque no tengo ni idea de tenis y porque no sigo las olimpiadas: ellas, en cambio, me persiguen sin tregua.

Al día siguiente de este telediario eufórico, en una comida de amigos, alguien pronunció la palabra adrenalina, aunque no escuché en qué contexto. Me volví y le dije que yo hiperventilaba con frecuencia, por lo que producía cantidades de adrenalina dignas de salir en un telediario.

„ Pero no me llaman „concluí frente a su expresión de extrañeza.

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