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Michavila como doble ejemplo

Todos los veranos se adelanta la siega y despedimos algún amigo o amiga. Comprendo mejor la furia que sentía Elias Canetti ante la muerte, «la despobladora», le llamaba. Desde hace algo más de un año no ha dejado de disminuir la presencia de personas de mérito y en algún caso de amigos insustituibles para nosotros. No voy a hacer aquí la lista.

El entierro de Joaquin Michavila, allí en el pueblo donde vivía, es uno de esos adioses que te dejan un poco más helado el corazón. Era un artista consumado, de gran sensibilidad y exigencia, que dominaba su técnica. Pero ante todo era una persona excelente, cuyo trato enriquecía siempre. Era por ello un doble ejemplo, raro.

Creo que le conocí en el TEU, de la calle Comedias, cuando Díaz Zamora dirigía obras en el sótano y él diseñaba los practicables o sencillos decorados y escenografías. Podía ser Sabor a miel, podía ser Woizzek, ha pasado medio siglo o más. Todo tenía sabor a prohibido y a novedad (para mí). Con posterioridad y siendo él profesor ya en la Normal me llamó para colaborar en el guión de un corto sobre Piranesi. Tuve mis dudas y no sé si al final se hizo, pero agradecí siempre su propuesta y su confianza.

Conocía su obra más geométrica o constructivista, que siempre dejó su impronta en su manera de disponer en el espacio, aunque la mancha fuera cada vez más libre. De su obra recuerdo la serie El Llac, que vi en la galería Theo, y luego recuerdo con especial deleite sus collages, cada uno en sí, un tesoro tan intenso como concentrado. Conseguía siempre transmitir la emoción y algo del enigma de su visión. No hay obra menor, no hay fronteras cuando se es auténtico como él lo fue siempre. Consiguió mantener su independencia y algún disgusto le costaría, aquí se hace pagar.

Pero era también firme en convicciones, aunque su talante lo suavizaba todo con un trato sencillo y matizado. Eso salvaba muchas tensiones en las instituciones en las que fue miembro o tuvo la representación, como la Academia de San Carlos (precisamente en un acto en el San Pío V le vi por última vez, rodeado de amigos y conservo las fotos que nos hicieron ese día los compañeros de Levante-EMV). Nunca se le subió a la cabeza ni ese cargo ni el éxito de crítica. Te hacía sentir muy próximo cuando le visitabas para una entrevista.

Ha vivido con discreción los últimos años, retirado de los focos. Y supe que no podía asistir a su muestra en La Nau, lo que me entristeció. Cuando las cosas llegan, ya no estamos para nada en muchos casos. Pero en su caso, como en el de algunos escritores, queda la obra, esa resiste en el tiempo y a veces crece. Depende del contexto y del esfuerzo que haga la posteridad, los estudiosos, los museos, y el propio público que acepta y mira de otro modo, faltaría más. Esa es una propina que el futuro regala a muy pocos, haciendo una criba. Creo que en su caso, con la perspectiva adecuada, será bien valorado y su obra hará vibrar a quienes la conozcan.

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