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El ogro más dulce

Íñigo: «Esta historia no tiene importancia, pero me dejó meditabundo durante toda la tarde. Ocurrió en un centro comercial al que fui a ver una película que la crítica calificaba de obra maestra y que a mí me pareció un rollo de esos que te hacen mirar la hora cada poco tiempo. No soy como mi hermana Manuela, que si se aburre se levanta y se va. El caso es que en uno de los interminables pasillos me crucé con una madre al borde de la desesperación que tiraba de una niña en plena crisis de llanto. Mi experiencia como tío de dos sobrinos especializados en soltar gritos capaces de dejar los tímpanos al rojo vivo me dice que nunca, nunca debes usar medidas drásticas con una criatura histérica porque sólo conseguirás convertir una crisis en una guerra total. Tan abrumada se sentía que cuando me vio casi pude sentir cómo me metamorfoseaba en un clavo ardiendo.

„Venga, Laurita, camina o este señor te llevará con él.

Glups. O sea: tragué saliva. Yo salía de una experiencia cinematográfica horrible y aquella mujer me convertía en su último recurso para aplacar la ira de su (supongo) hija. Lo cierto es que la frase surtió efecto en un primer momento. La niña me miró con repentina curiosidad (¿acaso le interesaba ver de cerca a un ogro de verdad?) e interrumpió durante medio segundo sus lloros. El mismo tiempo que yo dediqué a decidir si me había molestado más que me llamara señor o que me utilizara de arma arrojadiza para intimidar a la cría. Pero el efecto silenciador se acabó pronto y Laurita volvió a llorar como una descosida. Confieso sin rubor que respiré aliviado al quedar descartado para el papel de hombre del saco. La mujer me miró decepcionada por mi escaso compromiso con su causa, pero yo tenía un arma secreta. Saqué del bolsillo de la chaqueta que mis sobrinos usan como contenedor una piruleta y se la ofrecí a la niña. Cerró el grifo y la cogió. La mujer me regaló una sonrisa tímida y yo me alejé orgulloso de mi inesperado éxito como ogro dulce».

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