L as concentraciones de población y actividad económica que se producen en las grandes ciudades son su mayor atractivo y, al mismo tiempo, su principal problema. Por una parte, la concentración de población en un espacio reducido genera economías externas positivas de aglomeración, fuente fundamental de la mayor productividad, creatividad, capacidad de innovación, crecimiento y competitividad de las grandes urbes. Pero, simultáneamente, esta intensa concentración produce problemas de saturación, degradación o contaminación que pueden llegar a colapsarlas. Todas las ciudades del mundo están sometidas a esta permanente tensión entre los efectos positivos y negativos asociados a la aglomeración. Normalmente, el saldo es claramente positivo, lo que explica la creciente urbanización del mundo y la tendencia a la concentración poblacional extrema. Sin embargo, cuanto mayor se hace una ciudad, más crecen y más complejos son los retos que debe afrontar.

La experiencia a lo largo de la historia nos deja muchos ejemplos de importantísimas innovaciones tecnológicas que las ciudades han generado. Por ejemplo, el intenso crecimiento de Londres durante el siglo XIX la llevó al borde del colapso por su excesivo tamaño y la enorme dificultad para desplazarse dentro de ella. La presión en busca de un modo de transporte nuevo, más eficiente y pensado para una metrópoli tan densamente poblada hizo aparecer lo que en la época fue considerado como un milagro de la ingeniería: el transporte subterráneo metropolitano, el metro. Hoy prácticamente todas las grandes urbes del mundo tienen su metro y en algunas, como en Shanghái, se siguen rompiendo los límites de la ingeniería para su construcción.

Otro ejemplo paradigmático del cambio tecnológico urbano nos lo ofrece el Nueva York de principios del siglo XX. La actividad y primacía financiera de la gran urbe americana creció tanto y en tan poco tiempo que la presión sobre el suelo de Manhattan alcanzó niveles increíbles. Los precios del suelo generaban inflación dentro de la ciudad y amenazaban con colapsar su competitividad. La solución llegó con la invención del elevador moderno por Elisha Otis. Su introducción, unida al uso de nuevas técnicas de construcción, permitió el desarrollo de los rascacielos posibilitando un aprovechamiento del suelo urbano hasta entonces inimaginable. Hoy todas las grandes urbes aprovechan la posibilidad de construir en altura y multiplicar su densidad y aglomeración y, en algunos casos, como en Dubai, los rascacielos alcanzan el kilómetro de altura.

En la actualidad seguimos asistiendo a continuas pequeñas y grandes innovaciones que siguen permitiendo escapar de su trampa maltusiana particular a las grandes metrópolis e ir conformando las ciudades del futuro. Por ejemplo, uno de los principales retos de la gestión de una gran ciudad es conocer perfectamente cómo se mueven sus habitantes para prever y gestionar las dinámicas urbanas. El desarrollo del conjunto de tecnologías que componen el concepto de smart-city [o ciudad inteligente] está permitiendo una monitorización de la vida urbana gracias al uso de dispositivos conectados a internet que permite una eficiencia en la gestión antes inimaginable.

Otro de los milagros de la tecnología que destacaría pensando en la ciudad del futuro es la fuerte apuesta que varias empresas de alta tecnología están haciendo por los vehículos autopilotados. Aunque parece ciencia ficción, la compañía Tesla ya comercializa coches con piloto automático y Google tiene extraordinariamente avanzado su vehículo de transporte urbano sin conductor. Apple trabaja en secreto en el proyecto Titán, que promete ser capaz de revolucionar el sector del transporte. Las aplicaciones urbanas de un transporte autopilotado son infinitas: desarrollo de transporte público personalizado y extremadamente eficiente, desarrollo de un nuevo modelo de transporte de mercancías conectado a la red de necesidades de una smart-city, reducción de la contaminación y la accidentabilidad€

Es evidente que estos cambios, como siempre ha ocurrido, tendrán consecuencias sobre el empleo y el tradicional modo de vida urbano y habrá sectores muy afectados, como el del transporte de pasajeros y mercancías. Pero hay que evitar caer en el error de protegernos del progreso. España se quedó atrás en el desarrollo industrial del siglo XIX por introducir aranceles fuertemente proteccionistas de los productos industriales europeos mas competitivos. Una de las paradojas de la economía es que cerrar las fronteras a productos exteriores más competitivos que los nuestros, aunque parezca una buena idea para proteger a nuestros trabajadores, a la larga tiene un impacto mucho peor en el conjunto de la competitividad del país y, por lo tanto, en el bienestar y empleo agregado.

En el futuro, la tentación proteccionista no estará en los aranceles a los productos industriales, sino en tratar de protegernos de cambios tecnológicos mediante regulaciones limitadoras de las innovaciones en el sector servicios en general y en los servicios urbanos en particular. Me temo que esto ya esta pasando en nuestro país. España es uno de los pocos países europeos en los que no operan los taxis de Uber por una limitación normativa. Siendo nuestro país líder en tecnología para producción de energía solar, la ridícula regulación sobre la colocación y aprovechamiento de paneles solares en viviendas unifamiliares hace que seamos uno de los países desarrollados con menor implantación de energía solar.

Esa misma regulación hace que Tesla tenga apenas cinco supercargadores en nuestro país, una cifra ridícula si la comparamos con la de cualquier país europeo, razón por la que comprar un vehículo eléctrico en España rara vez es una opción recomendable. En el norte de Europa ya se están vendiendo tantos coches eléctricos como tradicionales gracias a normativas que favorecen su uso en la ciudad y que apenas se ha desarrollado en nuestro país, a pesar de que ciudades como Madrid están en la lista de las más contaminadas de Europa€. Lo mas tecnológico que se puede hacer con un dispositivo inteligente en nuestras ciudades es cazar Pokemons€ y ya hubo problemas para organizar las quedadas de jugadores en Madrid por la regulación del Ayuntamiento.

Espero que no volvamos a repetir la historia de llegar tarde a los cambios tecnológicos que ocurren en Europa por una regulación excesivamente protectora que dañe la capacidad competitiva del país en el largo plazo y la posibilidad de desarrollo e innovación de nuestras ciudades.