El fenómeno okupa se empieza a producir sistemáticamente en los años setenta en Europa y Estados Unidos y coincide con la transformación de los cascos urbanos, o mejor, con su deterioro. Extensas zonas de esos cascos van siendo abandonadas por la clase media e incluso por la clase trabajadora y ocupados, primero legalmente, luego no tanto, por gente marginada, emigrantes del campo pobre, viejos sin hogar, etcétera. Los propietarios de esas casas están en otro asunto, en ver la manera de derribar los edificios y transformarlos en viviendas de mejor renta, atrayendo nuevas clientelas y así reabilitar la zona. Pero mientras lo consiguen no les importa demasiado que los ocupen los pobres, es una manera de protegerlos del vandalismo e incluso una manera de no gastarse dinero en ellos porque sus mismos ocupantes hacen gratuitamente las reparaciones necesarias e incluso suplen como pueden que los dueños les corten la luz, el agua...

Cuando la propiedad decide pasar a la acción, los okupas son expulsados sin contemplaciones pero, gracias a ese proceso de transformación urbana, mucha gente tiene una vivienda temporal, gratuita por cierto tiempo. Los okupas son, generalmente, transitorios. Algunos, mientras, gestionan viviendas de protección social. Otros tratan de salir adelante y lo consiguen y los viejos... se mueren. Pero poco a poco se consolida un núcleo duro de okupas que no consiguen trabajo ni tienen manera de buscar otra vivienda. Ello coincide con la disminución de gastos sociales, incluídos los de vivienda protegida y albergues para indigentes, propias de las políticas de derecha y agudizadas en la presente crisis. Las colisiones de intereses se agudizan y se hacen violentas, sobre todo porque los jueces y la policía toman partido por la propiedad y no atienden a otras razones. Un nuevo matiz del fenómeno se produce cuando los okupas ya no son tanto personas sin vivienda, sino jóvenes en busca de espacios para reunirse y pasar el tiempo ante el desempleo rampante.

Más afectados por estas novedades son los almacenes o fábricas abandonados, otro trozo de patrimonio urbano cuyos dueños están también a la espera de hacer una operación de rehabilitación parecida a la de los dueños de viviendas. En estos lugares, los jóvenes montan todo tipo de ocupaciones y diversiones y aquello se convierte en un lugar gratuito de reunión. La sociedad, los gobiernos no resuelven el paro pero tampoco las grandes carencias humanas resultantes de él. Grupos comprometidos con la solidaridad reclaman una mayor energía contra la especulación urbana, y, entre otras cosas, el que se subraye la función social de la propiedad. Con la legislación en la mano, también con la española, un propietario de un terreno, de un edificio, de un bloque de pisos no tiene obligación alguna de ponerlos en uso en un cierto tiempo. Por el contrario, se endurece la legislación sobre okupación y el nuevo Código Penal español la convierte ya en una figura delictiva.