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Pocos candidatos presidenciales hay comparables al inefable Donald el patoso, por más que en España hayamos tenido y tengamos algún que otro ejemplar digno de recuerdo. Donald Trump bate todos los récords de estupidez convertida en arte, comenzando por su peinado imposible y siguiendo por lo más importante: la capacidad para transformar cualquier declaración en un torpedo contra sus propios intereses. Gracias a tan envidiables cualidades se ha convertido ya en una referencia mundial por propios méritos pero lo que resulta más interesante es comprobar in situ, en Estados Unidos, lo que está siendo la campaña electoral más rara de la que se guarda memoria.

Como estoy buena parte del verano en California, cada mañana tengo la oportunidad de leer en la prensa la última ocurrencia de Trump y las reacciones que produce en la sociedad estadounidense. Leo a diario USA Today, el que pasa por ser el periódico de mayor difusión en el país, pero también The Wall Street Journal. No es fácil hacerlo, al margen de que el inglés de los diarios resulte un tanto hermético, porque ambos siguen la moda de imprimirse en forma de tira larga y estrecha, con más de medio metro de alto y menos de la mitad de ancho, con lo que resultan una especie de anguilas difíciles de encajar en la mesa del desayuno.

Pero compensan las penurias de manejo con una información detallada del alma americana y la forma como vive el béisbol por encima de los Juegos Olímpicos, las inundaciones de Luisiana a título de única catástrofe reseñable y la campaña de Trump como asunto del día de todos los días porque de Hillary Clinton, en comparación, puede decirse muy poco.

Trump ha conseguido unir como nunca a la clase política estadounidense, aunque en su contra. Y a la empresarial. Que los jóvenes abominen del candidato republicano parece normal pero, por poner un ejemplo, Jim Murren, CEO (director ejecutivo) y presidente de un imperio de casinos, residencias y hoteles de Las Vegas, escribía hace poco un artículo incendiario explicando por qué él, republicano hasta la médula, iba a votar por primera vez al candidato demócrata. Y lo peor del asunto (para Trump) es que justificaba una decisión que Murren calificaba de dolorosa mediante argumentos sólidos acerca del desastre que supondría para las empresas y los ciudadanos de Estados Unidos que el patoso Donald ganase.

Ninguna encuesta cree que vaya a hacerlo. Pero una app creada para los teléfonos inteligentes, Zip, que dialoga por lo visto con quienes la instalan, dice que el promedio de 100.000 usuarios que tiene a diario deja claro que Trump será el próximo presidente con una predicción de victoria ¡del 64 % frente al 36 % de Clinton! Dios nos ampare, aunque no sé si de la victoria de Trump o de las aplicaciones para los teléfonos que nos dirigen la vida. Igual la cosa va de eso, de que estamos yendo a marchas forzadas hacia un mundo en el que la inteligencia tiene que ver en exclusiva con los aparatos que llevamos en el bolsillo. O en la muñeca; un tal Chris Dancy, que dice ser el hombre más conectado del mundo, cuenta con una legión de sensores y trastos tecnológicos distribuidos por el cuerpo que le dicen todo lo que hace a cada momento.

La alternativa de enterarse por uno mismo desaparece al mismo ritmo en que Trump dice idioteces. Quizá por eso merecería ser elegido no presidente sino Dios padre.

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