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La cuesta al cole

Dicen los amos de casa más avezados, y uno conoce a unos cuantos, que la verdadera cuesta es la de septiembre y no la de enero. Tienen hijos, claro. La vuelta al cole. Algunas televisiones emitieron en los informativos sus primeras piezas sobre tal evento, la rentré escolar, cuando agosto aún era joven y España todavía una panza arriba (¿la meseta?) roncando, espantando moscas y en proceso de digerir una paella sin la más mínima intención de incorporarse al madrugón, el atasco y el ordenata. Agosto incita al gasto chiringuitero, al viaje, a la excursión, las cañas y cenas fuera, la compra de bañadores y todo ese desembolso industrial que conlleva quebrar la rutina.

La rutina también se quiebra despertándote tres horas más tarde de lo habitual en tu domicilio, abriendo un libro sin salir de la cama y no abandonando ni cama ni libro hasta la hora del primer vermú. Claro que el problema está en que este proceder queda un tanto ramplón como para ser retratado y subido a red social, donde el camastrón quedaría como un triste. Un sin amigos para una barbacoa. Un sin pies que retratar en orilla. Un pocaplaya. Septiembre. Dicen que hay uniformes que pueden costar más de trescientos euros. Con eso se compra uno una completa equipación de sado, pero no están las cosas como para deportes no olímpicos ni para dejarse pegar latigazos. Antes, los uniformes escolares democratizaban a la chavalería. O sea, yendo todos iguales, nadie evidenciaba su pijerío o su pobreza. Pero es que ahora hay que ser cuasi milloneti para comprar pantalón, falda, polo, zapatos, calcetines, jersey, bufanda y chambergo y casi todo por duplicado, dada la conveniencia de lavar las prendas a diario si no se quiere que la zagala o zagal se adorne de lamparones y huela a chotuno o a corral de gallina. Si usted ve a un peque de uniforme con un jersey que podría ser de la talla de su padre tenga por seguro que tiene una madre previsora que lo ha comprado (el jersey, no el niño) «algo más grande» para que dure otro curso. Plan que a veces queda chafado con la simpática costumbre de los colegios de rediseñar o renovar el uniforme. No tienen bastante con enseñar matemáticas e historia, no. También quieren enseñarnos moda.

Septiembre es un cuestón para ciclistas de la economía cotidiana. Sin remanente de paga extra, que sí tiene enero.

Septiembre es, será, un cinturón apretado, un rezar ante el cajero automático y una monodieta de bocatas baratos a fin de mes. Un calvario. Dicen que es uno de los meses en los que más gente se apunta a los gimnasios. No será para mejorar la postura, que tiesos ya estamos casi todos. O a lo mejor es que les pasa como a mí: que soy incapaz de correr en una cinta y pensar a la vez. Sobre todo en lo poco que tengo en los bolsillos.

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