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Matías Vallés

Los españoles no dejan solo a Rajoy

El debate de investidura debería marcar una fecha cenital en la vida de un político, a la altura del día de su boda. Por ello, Rajoy alcanzó su escaño en el Congreso con el horario de comienzo de la sesión sobradamente cumplido. Arrancado de la siesta, exteriorizaba así su interés muy matizado por el procedimiento. Puede disculparse en la reiteración de un ceremonial estéril. En alguna de las frustradas investiduras futuras, no cabe descartar que al candidato se le olvide presentarse al acto, y obligue a programar un repertorio alternativo.

Rajoy llega tarde a su investidura, para enzarzarse a continuación en la vaciedad maciza de su discurso. A falta de argumentos, los repitió por triplicado como un calvo que se esparce los mechones languidecientes por la inmensidad craneal. Lanzó los vivas de ordenanza a Albert Rivera, su predispuesto boy scout. Al borde de la despedida, cuando los blindajes se debilitan en la madrugada de un discurso, masculló su rabia de minoría absoluta como el vaquero mastica las hebras de tabaco antes de escupirlas con rabia. «Yo solo no puedo dar a los españoles lo que yo creo que necesitan». En efecto, los españoles no dejan solo a Rajoy. Tiene demasiado peligro, convierte un simple teléfono móvil con la dirección de Bárcenas en el maletín que activa el arsenal nuclear.

La modestia comprimida en este fugaz «lo que yo creo» estuvo ausente de un discurso empalagoso, y ayuno de la mínima muestra de autocrítica. De hecho, Rajoy se revuelve después contra su admisión precipitada de que tal vez no sintoniza integralmente con los famosos españoles. Por tanto, se reafirma en que está proponiendo «lo que España entera quiere». Ni Felipe II hubiera pretendido esta identificación unánime, ni Ronaldo o Messi son aclamados por la «España entera». En la triste realidad que a Rajoy le cuesta metabolizar, dos de cada diez contribuyentes han votado al PP. Menos de la mitad de estos votantes consideran esencial al actual presidente de los populares.

Rajoy no jura proteger a España de ISIS, porque tiene al enemigo catalán más a mano. Dedicó un aparato desproporcionado de su discurso a tratar a los catalanes como extranjeros. Enumeró con celo los favores económicos que les dispensa. Por lo visto, el dinero sale de los bolsillos del presidente del Gobierno y en Cataluña no hay contribuyentes, incluso separatistas, cuyas necesidades deben subvenirse contractualmente.

Este bombardeo de Cataluña no atiende a urgencias patrióticas, sino que pretende volar los puentes que impulsen a Sánchez al sueño de una mayoría diferente. Rajoy se sentía obligado a repetir a cada párrafo la inevitabilidad de su designación, «dado que no existe alternativa viable». En realidad, Sánchez necesita las mismas contorsiones que Rajoy para encaramarse a La Moncloa. La interpretación protocolaria concluye que Rajoy reprocha al PSOE su negativa a colaborar gratuitamente con un Gobierno del PP. El drama es más profundo, porque el candidato a la investidura no perdonará nunca a los votantes que le hayan arrancado del único hábitat en el que puede prosperar, la mayoría absoluta que alumbra leyes mordaza y una actitud displicente hacia la mayor corrupción de la historia de la democracia. Rajoy pasa de puntillas sobre la necesidad de "no actuar desde nuestros valores partidarios". Porque sin partidismo, no hay Rajoy.

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