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El socialismo azul

Los ciclos electorales en Valencia son peculiares. Al instaurarse la democracia triunfa la izquierda y el PSOE se impone en todas las instituciones. Pero cuando Lerma pierde el poder, el PSOE se queda fuera siempre, aunque en España el ciclo de cambio se concrete en alternancia de Adolfo Suárez, Felipe González, Jose María Aznar, Rodríguez Zapatero y luego Mariano Rajoy. Valencia, el bastión republicano de España, ha sido paradójicamente la ínsula Barataria del pepismo, hasta que han salido a la luz todas sus corruptelas. Y curiosamente, tras un hundimiento momentáneo que ha necesitado de tres partidos aliados para verificarse, ha retomado fuelle tras la últimas elecciones, donde el Partido Popular vuelve a remontar apoyos.

¿Los estrategas de Partido Socialista se han preguntado alguna vez porqué no vuelven a ganar las elecciones cuando tras la restauración democrática fueron la formación favorita del electorado? Sandra Gómez, nueva vicealcaldesa, asegura que buscará el «voto joven». ¿Tan poca importancia se la da a aquel «voto viejo» que ha sido decisivo durante casi 30 años?

Ximo Puig es hombre y exalcalde de Morella, ciudad alejada del conflicto identitario de la Valencia central y que quizás no haya valorado este asunto. Él empezó como Diputado en Cortes Valencianas en 1983, y después se centró en la Diputación de Castelló, mientras que la discusión del «blau» tuvo su límite territorial en Burriana. Hay una tendencia a minimizar esta discusión interminable, pero quizás su existencia pueda explicar el «segundismo» permanente del partido de izquierdas.

El PSOE original era un partido español y valenciano sin más. Sus antecedentes en la Segunda República lo hermanan en varias ocasiones con el republicanismo valenciano que nunca se cuestionó la Senyera con azul, enarbolándola junto con la tricolor española durante la guerra civil. Existía por tanto un «socialismo azul» valenciano sin complejos ni problemas. Pero todo esto cambió al coaligarse con el PSPV, partido universitario de inspiración fusteriana. Desde ese momento pareció que el socialismo autóctono se comprometió más con este bloque que con sus propios principios fundacionales. Por supuesto, la derecha aprovechó el cambalache ideológico para combatir al socialismo, y desde entonces lo batió siempre. Ya nunca volvieron a ganar las elecciones. Nunca.

Sin embargo el socialismo «azul» no murió. Se replegó en aquel entrañable «PSOE-histórico" mantenido por unos abueletes nostálgicos que exhibían las Senyera en todos sus mítines. De hecho, el «blaverismo» original se nutría de muchas personas que se identificaban con las posiciones progresistas, blasmando contra la derecha. Tanto es así que el primer partido valencianista creado, la Unió Regional Valencianista, a los pocos meses de su fundación se rebautizó como Esquerra Nacionalista Valenciana. Así de grande era la fuerza del «socialismo azul» en aquellos momentos, tras su marginación en el PSPV-PSOE mayoritario.

El PP dio lecciones de pragmatismo que el PSOE nunca aprendió. De cara a la galería eran los más patriotas del Reino de Valencia, pero entre bambalinas se pactaba de todo con Jordi Pujol. Esto propició un catch all party o partido atrapalotodo que buscaba atraer votantes de distintos sectores e ideologías. Mientras el popular Fernando Villalonga ejercía de conseller catalanista, el popular Fernando Giner podía rasgarse las vestiduras en defensa de la Valencianía. El PP lo tenía todo en uno: valencianismo, catalanismo, pasotismo y lo que hiciera falta.

Entra tanto el PSOE se había quedado con el sambenito del «catalanismo» y no hizo nada nunca para quitárselo de encima. Jamás hubo un grupo «blaverista» dentro del socialismo que aparentara defensa de la identidad propia. Antes al contrario, con su actitud indecisa en temas valencianistas, siempre alimentaron la doblez hipócrita de sus oponentes.

Repasando hemerotecas hemos contemplado muchas fotos históricas de los años setenta y ochenta donde los manifestantes «blaveros» levantaban el puño en alto, tal y como sus familiares lo habían hecho antes de la guerra civil. La izquierda exquisita nunca los tuvo en cuenta y cayeron en las fauces de Unión Valenciana, votando indirectamente a la derecha desde entonces y garantizando su continuidad ininterrumpida hasta hace un año. La ceguera de los dirigentes explica que en los últimos comicios, pese a todo lo que se ha desvelado, el pepismo refulja como único garante de la Valencianidad más excelsa, y augure que dentro de tres años podrán volver holgadamente a triunfar.

El partido socialista debería reflexionar sobre la recuperación histórica del «socialismo azul» que le ayudaría poderosamente a mantener su preeminencia. Aquellas mujeres y hombres que se sentían valencianos y de izquierdas todavía están ahí, esperando que las actitudes socialistas les permitan confiarle su voto. De lo contrario irán a la abstención, o a los otros partidos que tanto presumen de «senyerismo senyero», sin cumplir nada. Pero en política ya se sabe que a veces son más importantes los gestos que las acciones.

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