Los argumentos esgrimidos en pro y en contra del actual debate sobre el burkini, la verdad, me han decepcionado un poco. Culebrilla de verano. Estamos en un nivel superficial. Menos mal que el Consejo de Estado Francés ha dictaminado que está prohibido prohibir, reminiscencia parisina de las revueltas de mayo de 1968. Cuando en una sociedad se considera casi un derecho tanto ir vestido como desvestido, presentarse tatuado o con la cara llena de piercings, etc., asombrarse por el burkini no deja de ser una excentricidad más, dentro de nuestro submundo de tribus urbanitas.

En mi opinión, lo serio, como ya describió Emmanuel Lévinas, es que el acceso a la persona se produce por el rostro. Es la entrada ética que, para este autor, tiene una significación originaria. El rostro es lo más desnudo y desprotegido, en el que subyace una pobreza esencial, porque al mirar el rostro encontramos al otro en su singularidad y unicidad. Es en el rostro dónde encuentro que tú eres tú. Puede decirse que el rostro no es «visto». Es lo que no puede convertirse en un contenido; es lo incontenible. La relación con el rostro es desde un principio ética. Por eso, concluye Lévinas, rostro y discurso están ligados. El rostro habla. Habla en la medida en que es él el que hace posible todo discurso. Y es precisamente el encuentro con el rostro del otro como entro en relación: yo soy responsable del otro. Por eso impactan las imágenes de esos niños, rostro en ristre, ahogados, bombardeados, sudorosos, magullados y sangrientos: todos conservamos en nuestra retina la última imagen del crío con la mirada perdida, el semblante ensangrentado y empolvado, rescatado en una ambulancia, después de un bombardeo. En castellano, tenemos un refrán que refleja lo dicho: la cara es el espejo del alma. Los animales tienen jeta, morro, hocico, belfos, fauces, etc., pero no tienen rostro. El rostro es epifanía de la persona, eminencia de la visitación: su presencia consiste en desvestirse y mostrar su «divinidad». Precisamente, por estas razones de humanidad, lo que no puede permitirse, en el espacio público, es la veladura del rostro.

Decía Sócrates con respecto a la moda que no nos vestimos bien para presumir, sino para mostrar nuestra honra hacia las personas. Es relevante hacer una presentación bella, en la palabra, en el gesto, en el rostro, que manifiesta la rica interioridad de la persona, el respeto por los demás, la cordialidad.