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Martí

En nombre de la risa

Hay muchas asignaturas pendientes entre los valencianos, y una muy olvidada es la capacidad de reírnos de nuestras cosas, con elegancia y sin maldad, alejados de eso tan propio de confundir la parodia con la burla barriobajera.

No me hace gracia Xavi Castillo. Arévalo tampoco. Pero entiendo que tengan su público y que sus respectivos seguidores sean antagónicos. La carcajada es terapéutica y tan personal que no me atrevo a cuestionar ninguna, aunque la provoquen cómicos limitados. Cada hijo de vecino se ríe de lo que antoja, faltaría, sin embargo con mucha facilidad se atraviesan muchas líneas rojas para caer en la bazofia, como les pasa a ambos. Pese a los años que tuvo batería asistida la factoría de Burjassot, nadie se atrevió a programar un espacio para reírnos de nuestras cosas. Si recordamos que el entrañable Joan Monleón fue el que más acercó, está dicho todo. Desconozco cuando y cómo se abrirá de nuevo la cadena pública, pero tal como han ido las cosas hasta hoy supongo que habrá poco espacio para el humor, a pesar que es una de las facultades más vertebradoras de las sociedades modernas. Quizás por eso todos los totalitarismos nada tienen de graciosos, siempre en guardia pendientes del enemigo exterior e interior.

La ironía es una burla del destino, esa fuerza desconocida a la que siempre obedecen los aguafiestas. Falta más ingenio y gracia para afrontar escenarios complejos, desde un atasco inesperado a una mala sorpresa del entorno cercano. Conocemos personas con empatía inmediata, y casi siempre coinciden con las más simpáticas. O ambientes dados a la buena predisposición como las pachangas de solteros contra casados, que se han reconvertido en singles contra divorciados, para seguir jugando. Han nacido y se han criado grandes cachondos públicos en estas latitudes. Los mejores terminan yéndose, y al igual que se ha sido incapaz de construir un industrial cultural, la comedia tiende a la desaparición, en una ciudad que a principios del siglo pasado tenía casi los mismos teatros que París y los mejores cabarets de España. Aquellos espectáculos de revista de variedades, incluso durante el franquismo, eran más corrosivos que algunas funciones de supuesta alternativa.

Cada gobernante elige su bufón. En eso hemos evolucionado poco, pero si llega la buena nueva y estalla la paz televisiva, me temo que volveremos a desaprovechar la ocasión. Pues en el hipotético caso que uno de esos canales se dedicará exclusivamente a la emisión de comedias (como demandan la mayoría de los telespectadores en los países civilizados) autóctonas, no llenaría ni la parrilla de un día. No dejemos que la risa caiga en manos de los subvencionados.

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