«Los españoles me han votado», «No es no, y ¿qué parte del no no ha entendido?", "Nosotros, la gente". Son expresiones repetidas por nuestros representantes políticos. Podría haber escogido frases parecidas del mundo del deporte, del cine, de la comunicación, etc. y hubiera dado lo mismo. Asistimos atónitos a una simplificación del lenguaje, reducido a asociación de imágenes, sin estructura lingüística ni semántica. Frases hechas, sin significado alguno, carentes de argumentación. Eslóganes.

En el espacio público, en el debate, lo importante es la argumentación, pequeño detalle que se olvida o se ignora. No sirven las motivaciones, las intenciones, muchas veces ocultas, sino lo que se dice, lo dicho inteligible. De otra forma, el diálogo se hace imposible. Y, sin diálogo, no hay espacio público. Es más, el debate es la búsqueda de la comprensión de los argumentos ajenos, porque es posible que el otro tenga razón, o, al menos, le asista parte de razón. La verdad no es total y global, no es omnicomprensiva. Para nosotros, es siempre búsqueda, acercamiento, pero no agotamos la verdad. Las cosas se pueden mirar desde muchos puntos de vista, de modo poliédrico, y, por esta razón, hay que mostrar una disposición a compartir esa búsqueda y asumir el hallazgo común. Admitir que estaba equivocado en un asunto no es una minusvaloración, ni quedar a los pies de los caballos con una estima por los suelos. ¡Rectificar es de sabios! Hoy tendemos a situamos en las trincheras, en una defensa a ultranza, porque al otro lado está el "enemigo"; y así es imposible que surjan los acuerdos, el diálogo sincero, lo mejor, o simplemente, como en el caso de la política, que es el arte de lo posible, llegar a acuerdos según las situaciones históricas siempre contingentes.

Como no hay peor sordo que aquél que no quiere escuchar, muchas veces se intimida al contrario, acusándole de intransigencia, de ´fobo´ en sus diversas variantes. Se olvida el derecho que asiste a las personas y grupos a proponer sus propios argumentos -y a razonarlos en el espacio público- y se califica de falta de pluralidad a quien actúa con convicción y en conciencia. Se le niega el pan y la sal en el debate público. Se le margina sesgadamente. Uniformidad: el sueño de todo autoritarismo. Hay razones y razones, y no todas son igual de valiosas. Tampoco consiste la pluralidad en un ´coktail´ en el que cabe todo y todos en una amalgama inconexa: esto sería caótico.

La intolerancia está en la condición humana. Somos así. Y en ese clima, la libertad de pensamiento queda sumida por lo políticamente correcto. Pocos se atreven a ser divergentes. Recientemente (2015), la Universidad de Chicago lanzó una declaración: «Las universidades -espacio común de investigación y libre debate- deben favorecer las condiciones para el pensamiento riguroso, y, por consiguiente, el desacuerdo y el juicio independiente. Las ideas se contrastan y se discuten en un diálogo franco y sincero. Sin miedo a que puedan ser inoportunas, desagradables o incluso antagónicas. Siempre en un clima de mutuo respeto hacia las personas. El remedio a las ideas que no nos gustan está en el debate abierto, no en la inhibición». Como decía Orwell, si la libertad significa algo, significa el derecho a decir a los demás lo que no quieren oír.