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Pedro Sánchez, mártir de la izquierda

Para cualquier persona que esté siguiendo el esperpento del PSOE de esta semana, entre las pocas cosas que tendrá claras al respecto del enfrentamiento entre Pedro Sánchez y los críticos, probablemente figure que Sánchez está ganando la batalla de la opinión pública. Y por goleada. Entre sus votantes y entre los votantes de los partidos afines (en particular, Podemos). Sánchez se ha convertido en un paladín de la izquierda, el último romántico contra el Ibex 35, el grupo Prisa y la derecha española, que, todos a una, y con los barones socialistas y Susana Díaz como tontos útiles, buscan que el PSOE se abstenga en una nueva investidura de Mariano Rajoy.

El mérito de que las cosas se lean así es tanto de Sánchez como, sobre todo, de los críticos, con la presidenta de Andalucía a la cabeza. El secretario general ha resistido todas las presiones y se ha mantenido firme en el no a Rajoy. Una firmeza, hay que aclararlo por si fuera necesario, que no tiene absolutamente nada que ver con sus convicciones ideológicas „en el caso de que las tuviera„ sino con su supervivencia al frente del PSOE.

Si Sánchez acepta abstenerse para que gobierne Rajoy, lo siguiente que sucederá es que quedará descabalgado al frente del PSOE, a manos de los mismos críticos que llevan meses intentando que se abstenga. Si se mantiene en el no, o bien vamos a nuevas elecciones (y gana unos meses) o bien se forja algún tipo de Gobierno alternativo a Rajoy, a la cabeza del cual estaría... Pedro Sánchez.

Es decir, que Sánchez no tiene nada que ganar absteniéndose, y por eso vota no. No es por ideología ni principios, sino por mera estrategia. Este es el mismo Pedro Sánchez que hace unos meses pactaba con Ciudadanos un programa de acción política inequívocamente encuadrado en el centro-derecha, mientras se llenaba la boca hablando de «populismo venezolano» para referirse a Podemos. Entonces le convenía ser un dirigente moderado, centrado, y ahora el irreductible bastión de la izquierda.

Lo curioso es el éxito que ha tenido al encarnar este último personaje. Algo que, más que a su perseverancia, se lo debe a sus inefables críticos, que montaron un golpe de mano interno absolutamente impresentable para forzar la situación y además, perdieron, porque no fueron capaces de obtener una mayoría clara de dimisiones y tuvieron que hacer algo tan elegante como apelar a dirigentes fallecidos como Pedro Zerolo para computarlos a su favor.

A continuación, enviaron a la secretaria del PSOE de Sevilla y número dos de Susana Díaz, Verónica Pérez, a hacer el ridículo a las puertas de Ferraz, pues mientras afirmaba que ella era la persona que mandaba ahora en el PSOE no era capaz siquiera de entrar en la sede del partido en el que tanto afirmaba mandar. Para rematar la faena, en el perfil de esta dirigente, además del clásico «nunca ha trabajado, ni un solo día, fuera del PSOE, del que lleva viviendo desde que cumplió 18» (que comparte con la propia Díaz), figura que es admiradora de Salvador Allende. Quizás debería documentarse mejor, porque su ridículo papel en esta semana se ha parecido bastante más al del general Pinochet.

Dos cosas han quedado claras de los acontecimientos de esta semana. La primera, que Susana Díaz no es la candidata adecuada para remontar el vuelo del PSOE. Más bien lo contrario, dada la combinación de juego sucio, chabacanería, e incapacidad (recordemos que es la dirigente a la que algunos voceros de la prensa le asignan una maquiavélica capacidad para urdir estratagemas... ¡como la que hemos visto esta semana!) que la viene caracterizando.

La segunda, que el presidente valenciano y secretario general del PSPV, Ximo Puig, hará bien en asociarse lo menos posible con Díaz y los críticos. Sobre todo porque, a diferencia de ellos (y de Sánchez), el historial de pureza izquierdista de Puig resulta casi inmaculado: gobierna merced a un pacto con Podemos y Compromís. Tiene una visión del PSOE, y de España, genuinamente federal, lo que conduce a propuestas como la Entesa con Compromís y Podemos en el Senado (abortada precisamente por Pedro Sánchez, el rojo), o a reuniones tan comprometidas como la cumbre con el presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont.

En resumen: sin duda, Ximo Puig tiene motivos sobrados para no querer continuar con Sánchez y sus traiciones y desplantes. Pero si evidencia esta situación sin asociarse con los críticos, mucho mejor para él.

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