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Vanguardias valencianas

A lo largo de siete semanas, en el pasado verano, el suplemento cultural Posdata de este periódico ha publicado un serial sabatino, elaborado por el periodista Abelardo Muñoz, dedicado a la efervescencia cultural valenciana entre las décadas de los años 60 y los 80. Un periodo de aproximadamente un cuarto de siglo que cambió el mundo y del que Valencia no se sustrajo, antes bien al contrario: a su manera y con características propias, la capital valenciana vivió una serie de procesos que la transformaron para siempre por más que algunos consideren que aquella época de alumbramiento de la modernidad resultó insuficiente.

Así lo pone de manifiesto el crítico Manuel García, quien con cierto tono melancólico subraya la poquedad cultural de buena parte de aquellos actores de la renovación cultural valenciana. Es cierto, pero solo a medias. Dice, y con razón, que malamente se puede llamar vanguardia a las fiestas psicodélicas, los ceremoniales de aprendizaje de jóvenes burgueses o las rudimentarias películas que un grupo de soñadores intentó llevar a cabo durante aquellos años. Y es verdad, pero solo en parte.

Obviamente, aquí no hubo vanguardias internacionales, nada parecido a la revolución cubista ni a los seminarios lacanianos o similares, pero a los efectos de lo que aquellos artistas e intelectuales provocaron en el seno de su propia sociedad, la valenciana, claro que podemos hablar de vanguardia. Al menos nos sirve para entendernos, que no es poco. Porque el arreón mental que supuso aquella emergencia para el común valenciano fue extraordinario, nunca visto en tales dimensiones y de efectos tan transformadores de una sociedad que, hasta entonces, dormitaba entre el casticismo y la academia más tradicional. Todo sobrevino a la vez tras una lenta gestación: el fin del franquismo, la reinvención de la identidad vernácula, la revolución política y el sexo libre, la cançó, el pop y las drogas, el arte contemporáneo, el psicoanálisis y el cine de arte y ensayo€

El serial de Abelardo Muñoz, de naturaleza periodística y, por lo tanto, con más pegada que citas universitarias, no pretendía ser exhaustivo ni evaluar la producción del periodo. Al hilo de su verboso relato lo que se trasladaba al lector era tanto la sensación de cambio y de frenética frescura de aquellos años como una larga lista de nombres propios, subrayados en negrita „que la época puso de moda por otra parte tras los Spleen de Francisco Umbral y las crónicas en este mismo periódico de Amadeu Fabregat, el genio huido del escenario. Se trataba de agitar la placidez del verano con una buena dosis de nostalgia y memorabilia de la juventud valenciana perdida.

Claro que ha habido otros textos dedicados al periodo, el de Benito Sanz sin ir más lejos, aunque mucho más centrado en los movimientos políticos. El mismo Abelardo Muñoz cuenta con un libro sobre el cine independiente valenciano, El baile de los malditos de épicos y amargos recuerdos. Y por supuesto que faltan protagonistas y aspectos de interés. El periodo teatral, por ejemplo, daba para mucho más con las actividades de Studio y del Valencia Cinema, o los trabajos de Sinisterra, Díaz Zamora, Morera o Toni Tordera, por no hablar de la renovación en la danza que provocó Olga Poliakov, culminando en la inolvidable visita a Valencia de la compañía de Lindsay Kemp€ O los esfuerzos en el Metropol y la Escalante de Eduardo Montaner.

Y quedan por relatar las cuitas del mundo del arte, empezando por la bullente Facultad de Bellas Artes donde dio clases un cura de vanguardia, Alfons Roig, la dicotomía entre los pintores de la onda comunista „los Crónica del añorado Rafa Solbes que ahora vuelven a tener antológica„ y los nacionalistas „Boix, Heras y Armengol„ o los años de la familia Errando Mariscal en el apartamento moderno que el orden franquista les dejó montar en la casa ubicada donde ahora se levanta El Corte Inglés. Una familia numerosa al borde del ataque de nervios ideológicos como lo fueron los Cabrera, los Pastor o los Ruvira. Todo ello hasta llegar al IVAM pasando por la Parpalló del primer Vicent Todolí, Punto, Val i 30, la Nave y la Temple. O la revista Cimal de Aguilera Cerní y Pascual Lucas.

Del jazz de aquellos años ha dado cuenta una reciente exposición en Bancaja de Jorge García y Toni Picazo, y del resto quedan por desvelar algunas curiosidades, como la mili de Antonio Vega en Valencia, donde escribió su legendaria canción La chica de ayer, a la altura de Dylan. Y tipos como Remigi Palmero, el genial Pep Laguarda y su Tapinería, los Al Tall y Els Pavesos o la ópera-rock de Cotó en Pel€

Y quedan por desvelar muchas historias literarias, de Manuel Vicent al regreso del exilio de Gil-Albert, la floración de librerías como Lauria de Jacobo Muñoz o Isadora de François y Aurelio, las veladas de los Octubre, el nacimiento de una editorial a tres de Pre-Textos o los esfuerzos de Víctor Orenga o de Fernando Torres€ los últimos años de Vicent Andrés Estellés, las noches de güisquis y madrugadas en la Sueca de Fuster.

Queda por contar qué pasó realmente en la redacción de algunos periódicos en momentos de frenética actualidad o la renovación que se empecinó en llevar a cabo Jesús Prado, el hombre que convenció a Javier Moll para darle la vuelta como un calcetín a este periódico que venía de ser con el yugo y las flechas, lo que lograron posiblemente porque no pertenecían a ninguna facción local. Y las cuitas políticas de Alaquàs, los movimientos en la facultad de Económicas con la llegada de Ernest Lluch, y hasta las amistades que surgieron a raíz de los informes Prevasa que financiaba la caja de ahorros ya desaparecida o en la agencia Publipress.

Una historia, pues, contada a medias pero que dará paso a un nuevo libro, dado que nuestro cronista, Abelardo Muñoz, ya se encuentra escribiéndola al completo, en formato papel e impresa con tinta, herramientas para la comunicación que todavía no han desaparecido del todo.

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