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Salvem el país mínimo e invisible

En la víspera del Día dels Valencians convive la normalización de la jornada con la derrota del pragmatismo

El padre de mi amigo era un pequeño empresario pionero en el mundo de la solidaridad cuando la solidaridad se llamaba Caritas Parroquial y no existían las ONG. Él decía de los políticos de la Transición -pese a sus méritos- que parecían verduleras. No porque no valorara ese sector del comercio local, antes al contrario, sino porque tenían la costumbre de lidiar sus diferencias a gritos. En eso no hemos cambiado. En esta «semana fantástica» de la valencianidad, la elegida para exhibir nuestras fortalezas y nuestras miserias, o nuestras reivindicaciones en «Madrit» -para poner en escena también la pretendida unidad valenciana «tots a una veu»- hemos contribuido entusiastas a nuestra proverbial invisibilidad.

Invisibles. No hay manera, y mira que Ximo Puig lo intenta, de que nos hagan caso como pueblo. Y cuando nos ponen el micro es para preguntarnos sobre la corrupción o sobre la crisis del PSOE. En estos siete días previos al Día dels valencians sólo el tresillo del president de les Corts, Enric Morera, con su homólogo senatorial Pio García Escudero para quitarle a Rita unos pluses ha logrado traspasar la frontera de la indolencia hacia lo valenciano. Y ha sido por el morbo que despierta Barberá, no por la expectativa que provoca la segunda autoridad del Regne. El segundo hito semanal fue la sesión de reforma del Estatut del en el Congreso. El debate engrosó el palmarés de la irrelevancia y agravó la reputación de nuestros representantes al protagonizar un aquelarre gore de exaltación de nuestras diferencias.

Financiación. Y si vamos al tercer hito, a la puesta en escena en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, tres cuartos de lo mismo. Menuda inoportunidad. En pleno sin gobierno, con los focos iluminando a otro lugar -el vacío de poder, las terceras elecciones y la crisis del PSOE- no parece lo más brillante embarcar a 300 valencianos en el AVE -algunos en preferente- para hacer los madriles como si fueran al Bernabéu o al Fitur de antaño, a reclamar una financiación justa. Infrafinanciación invisible, a juzgar por el desinterés de los medios. Mención aparte merece el verso suelto del PPCV, protagonizando un torpe desmarque, descarrilando en su apuesta y dando la espalda a la misma demanda que Isabel Bonig rubricó. Yéndose a bailarle el agua a Montoro -jugada puesta a caldo por la misma patronal valenciana- ¿de verdad cree alguien que se nos puede tomar en serio?

Un año después. Sucede todo esto cuando el nuevo Consell cumple un año. O sea, que ya no es tan nuevo. Hay que reconocer que si algo ha logrado Puig es hacer normal una anomalía: una ecuación política de este jaez ocupando legítimamente las instituciones tras décadas de gobiernos populares. Un curso más tarde, los engranajes institucionales no chirrían en exceso y cada cosa va colocándose en su lugar además de haberse rebajado la tensión contextual de la última Diada. Sin embargo ¿cómo palpita este Consell?

Hay apoyos que matan. Pongamos el foco en Mónica Oltra. Fina y larga. Discreta ahora mientras se descompone el socialismo valenciano por mor de sus filias fobias federales. Dice la vice que el pacto del Botànic «es a prueba de bombas; de toda clase de bombas», de cualquier bomba. Así ha tildado, implícitamente, la contribución de Ximo Puig a la defenestración de su «socio» Pedro Sánchez. Lo del PSOE es de diván. Parece que cada barón ha concurrido al desguace de la secretaría general con un motivo particular. En el caso de Puig con la venganza en diferido por la Entesa de izquierdas naufragada ¿Ha reservado algo de frialdad el Molt Honorable para calibrar los costes de darse este gustito con sabor a vendetta?

Dos mujeres. Así, podría cobrar sentido profético la sentencia de Bonig: en 2019 habrá un duelo entre mujeres. Y Oltra, dominando de forma sonora un vasto segundo plano, parece entender que será así. En este Consell bicéfalo la gestión la ponen los socialistas. La ideología Compromís. El último ejemplo es el caso del bloqueo -si no la muerte- del macroproyecto de centro comercial en Paterna. El pragmatismo cede frente a los remilgos carpetovetónicos. Un informe con demostradas carencias técnicas -como este periódico ha glosado- entierra un proyecto para crear riqueza a favor de la zarramilla o el poliol mascle, como deseen.

Morados. Oltra es el código fuente de la coalición que completa Podemos. Los morados han amenazado -desde Madrid- con descerrajar el Botànic si Puig se abstiene con Rajoy. A ver. Hoy por hoy ni siquiera una espantada morada hace peligrar el Consell de Puig porque no vemos a los Podem votando junto a Bonig. Pero sí vemos a Montiel protagonizando un discurso tan sucursalista como el que a veces pretenden criticar. Ha sido amagar el PSOE con permitir la investidura y Echenique tocar arrebato. Si el ladino Pablo lo ordena, irán al lío. Incruento pero de gran rentabilidad electoral. Feliç Sant Donís.

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