Vivimos en una sociedad dominada por las redes sociales y por el uso de internet que se ha colado en nuestras vidas. Quien no vive en las redes sociales supuestamente no existe. Aquí, la apariencia es lo que vale, muy poca gente aprecia lo que somos y una mayoría ve lo que aparentamos. Constantemente nos estamos publicitando. Diariamente regalamos al mundo nuestra imagen rindiendo culto al exhibicionismo. Socialmente, la transparencia de las personas se ve más como un defecto que como una virtud. Aparentar es la forma de vida de muchos mortales. La realidad diaria molesta ya que tiene bastantes más caras de las que queremos ver. Apartamos lo que nos incomoda o lo que nos exige esfuerzo.

La red alrededor del mundo es una autopista de información constituida por infinitos carriles. Twitter, Facebook, Instagram, Google, Snapchat o Ask son lugares en los que habitan muchos individuos que, sin ningún tipo de pudor, están perdiendo su intimidad, exponiéndose públicamente y aumentando su incomunicación real con familiares y amigos. En la red facilitamos muchos datos e informaciones que pueden ser utilizados en nuestra contra. Facebook puede quitar nuestro perfil y quedarse con nuestras fotos y nuestros contenidos. A partir de ahora también podrá utilizar nuestro número de WhatsApp. Con ello permitirá a los anunciantes un mayor conocimiento de sus posibles clientes. Víctor Domingo, presidente de la asociación de internautas, nos advierte de que el negocio de estas compañías, en el mal llamado internet gratuito, somos nosotros. Cruzando bases de datos nos pueden averiguar todo.

Las redes sociales se han convertido en plataformas de reivindicación y movilización enormemente poderosas y peligrosas. Bien utilizadas nos facilitan la comunicación y la información. Por desgracia, para algunos, en la red social o en internet todo vale. El internet profundo o sumergido es una cara oscura de la red que según el especialista Jordi Serra, experto en seguridad informática de la UOC, supone un 75 % de la red. Funciona con navegadores determinados y dominios cifrados específicos que facilitan el camuflaje de quien los utiliza. Amparados en el anonimato resulta muy fácil promover actividades clandestinas y delictivas. Abre las puertas a un mundo sin leyes en el que se puede aprender a fabricar bombas, comprar armas, aleccionarse como terroristas y fomentar actos de pederastia o prostitución. Las redes yihadistas campan a sus anchas aquí. Cuando se habla de poner coto a todo este sinsentido se argumenta que no se puede ir contra los tiempos, que estamos en la era digital. Pero, ¿acaso se puede permitir desear la muerte a personas, abusar de menores, robar documentos, crear falsos alarmismos, insultar de forma anónima y cobarde, menoscabar nuestro trabajo o suplantar identidades?

Nuestras sociedades democráticas deberían estar muy interesada en parar los pies a los que utilizan las redes sociales con fines ilícitos. Habrá que dotar de más medios a las fuerzas de seguridad para que luchen sin cuartel contra los delincuentes cibernéticos. No sería descartable implantar en las escuelas una asignatura que fomente el buen uso tecnológico. Muchos chavales están atrapados y desconcertados por la adicción tecnológica sin saber cómo salir de ella. Tenemos que educarlos para que no se nos vayan de las manos. No nos podemos quedar con los brazos cruzados. Las futuras generaciones nos lo agradecerán.