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Martí

Sin trampas

En una de aquellas infinitas noches de los ochenta, la voz valenciana más inconfundible, una actual primera autoridad local y un servidor, amanecimos en un señorial piso de la Gran Vía. Despistados en zona nacional, fuimos apeados pronto de aquellas inusuales comodidades, pues las inquilinas llegaban tarde a procesionar en una de las villas más liberales de la Ribera. Aprendimos entonces, que se podía ir a misa y repicar las campanas. Una lección que nos ocasionó algún encontronazo dialéctico en el entorno próximo, más puesto a la conservación de la especie que cumpliera las obligadas reglas de un país imaginario.

Ahí sigue, incombustible, la garganta más salada de la esquina oeste del Mediterráneo. Con un reconocimiento destacado en la música del mundo. Aprovechó la travesía del desierto para investigar y construir puentes con la otra orilla del mar nuestro. Sin embargo, en vez de reconocer la resistencia de los que siempre estuvieron aquí, se programó un caro fasto para un divo, conocido en el gremio por su falta de compañerismo, eso entre sus pecados veniales. El último, negarse a acudir al gran concierto de la cançó del Principal que con tan buen criterio preparó Lluís Miquel en vísperas del 9 d´Octubre. El ruiseñor desafinado remitió a negociar con su representante, cuando la condición era altruista como tantas veces, con el compromiso tácito de juntarse por una razón humanista.

El alcalde anda muy desilusionado. Básicamente con los suyos. Tras quinquenios de militancia „los primeros clandestinos„, sincera y entregada a la causa, ve como la oleada de nuevos cargos desprecian la seguridad de la experiencia, insultan la inteligencia emocional y destierran al discrepante al más puro estilo soviético. Pero la vida, y los votos, le ha regalado una edad de oro pública, donde sus vecinos están por delante de todo. Cuando pidió que alguien diera la cara para explicar la prohibición del bou emboltat, solo le ofrecieron pienso ecológico para los gatitos.

Yo sigo esquivando el éxito, pero con la compañía elegida para evitar esa mesnada de psicoanalistas que pasean por los medios. Cariacontecido, además, por el empeño mayoritario del oficio para refugiarse en un sueldo público, y por tanto dispuestos a lambetear al primero que pase, aunque sea el «Duc de les fotges».

Cuando nos juntamos, la máxima es contarnos como nos va, sin trampas. Siendo muy precisos en lo sustantivo y evitando los adjetivos impropios. Son los placeres de la comunicación veraz.

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