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Medalla al Everest

Como me hallaba perdido en las puertas del Sáhara, por la parte de Merzouga, les ahorré mi opinión sobre el Nobel a Bob Dylan. Mi tío Leonard lo ha dicho por muchos: «Es como si le dieran una medalla al Everest». En efecto, la geología es así: es. Como el alma, el desierto o los Himalayas. Como el escritor y periodista Ignacio Carrión que fue, ahora y siempre, culo de mal asiento y vivía, en Valencia, agarrado a la cola de un cometa o al último vagón del tren a Mandalay, el que le llevó a la disolución con la pirotecnia de la víspera del 9 d´Octubre. Viajeros de todos los países, ni se os ocurra uniros. Seguid peregrinando.

El caso es que poco después se une a la lista de los muertos ilustres y recientes, el milanés Darío Fo, que también tenía la medallita, el Nobel quiero decir, y también fue cuestionado en sus obvios y cuantiosos méritos. No había más que leer las rencorosas consideraciones proferidas entonces por L´Osservatore Romano para captar al instante que se lo merecía tanto como la santidad la madre Teresa de Calcuta (aunque tuviera dudas de fe, solo no tiene dudas, de fe o de cualquier otra cosa, la gente de una pieza, que dicen, o sea los ceporros, los graníticos enroscados y enrocados con los zarcillos de su autoafirmación).

Como ya habrán ido adivinando, el problema es que sólo hay un premio de Literatura y muchas artes: la música, el teatro, la danza, y a los suecos se les amontonan los meritorios. Y se premia la Economía que ni es ciencia ni, probablemente, arte pues enseña a fabricar mal, a vender sin garantías y a prestar a los insolventes (y a convertir en acciones los pufos previos que vaciaron Bankia). Los premios premian a los convocantes. Y siempre hay política: tradicionalistas contra innovadores, románticos contra ilustrados y feministas rurales contra supremacistas lapones. Hasta premiaron con la medallita de la Paz a Obama, antes de que tuviera el detalle de cerrar el Guantánamo que no ha cerrado y de empezar las guerras de Siria y Libia, que colean como dragones. A ver si la medallita de la Milagrosa obra el prodigio de acabar con ellas.

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