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Seamos cívicos con las colillas de los cigarrillos

Se nos llena la boca explicando lo cívicos que somos; alardeamos de nuestra exquisita educación, de nuestra sensibilidad social. Pero cada vez que un fumador está en la calle o en el coche ¿adónde van las colillas cuando se acaba el cigarrillo? Se lo digo yo, querido lector: van a la calle, a la acera o, cuando no, al campo, para que brote un incendio. ¿Éste es nuestro sentido cívico? ¿Qué hacen los fumadores en su casa con las colillas? Me imagino que no las tirarán al suelo, ¿verdad? Quiero creer que las echarán a un cenicero para verterlas después a la basura.

Pues bien, esto es lo que también habría que hacer en la calle: recoger la colilla y meterla en una bolsita hasta que se llegue a una papelera o la vierta en la bolsa de la basura de su domicilio. Sin embargo, en la revista "Muy Interesante" se señala que los componentes químicos de las colillas de los cigarrillos son tóxicos para los peces de agua dulce y salada, e incluso pueden provocar su muerte, según se desprende de un estudio realizado por investigadores de la Universidad de San Diego. El trabajo, que ha sido publicado en la revista "British Medical Journal", señala que las colillas más dañinas para los animales son las que mantienen en el filtro restos del tabaco fumado. Concretamente, la mitad de los peces utilizados en el experimento enfermó o murió al introducirlos en el agua en el que había sido introducida una colilla así. Y es que las colillas no se deshacen por arte de magia. Estos pequeños restos de cigarro tampoco van a desaparecer cuando un fumador los lance al suelo. De hecho, tardan en disolverse entre dos meses y diez años.

El problema no se queda en las aceras; por el contrario, tienden a transportarse a las alcantarillas. Las colillas de cigarro son el principal residuo que contamina las playas del mundo. La explicación es simple, y es que a pesar de que su apariencia engaña a cualquiera y hace creer que son biodegradables, en realidad están fabricadas con hidrocarburos y acetato de celulosa, que se derivan del petróleo. Los filtros y los cigarros al entrar en contacto con el agua la contaminan con sustancias tóxicas como nicotina y alquitrán, así como metales pesados. En el mundo, cerca de 1.100 millones de seres humanos son fumadores empedernidos, y juntos suman más de 15 billones de colillas de cigarrillos al año. Mucha cantidad para cosa buena.

En materia más pragmática, un estadounidense, Blake Burich, ha inventado una solución química que disuelve los filtros de los cigarrillos. Al sumergir las colillas en la solución se convierten en un material parecido al plástico que es útil para proteger del óxido y para recambios automovilísticos. Soluciones como ésta son las que hay que estudiar e implementar. Pero mientras no dispongamos de los métodos biodegradables, al menos no tirarlas a la calle; evitaremos así el hecho de que los perros se quemen las patas al pisarlas, disminuiremos los incendios de nuestros montes y reduciremos la suciedad de nuestras calles. Si yo fuera barrendero, estoy seguro de que echaría pestes de aquellos fumadores que no cumplen con sus obligaciones de buen ciudadano, de ciudadano cívico.

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