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Trump es un bocazas

Donald Trump es un bocazas. Aunque entiendo que quedarse en ese rasgo de su carácter es hablar demasiado poco de él, ya que le adornan otros defectos. Pero así todo es un bocazas. Sus penúltimas declaraciones han provocado un nuevo terremoto en la opinión pública. Ha dicho que aceptará al vencedor de los comicios únicamente si el que los gana es él. Como existe la saludable posibilidad de que eso no suceda, está servida la discusión sobre las consecuencias de no aceptar un resultado electoral, y el interminable e incierto proceso legal que acarrearía. Trump ha conseguido una vez más que los focos se vuelvan a centrar en su controvertida y deprimente figura.

Los resultados de las urnas en los países garantistas del sufragio hay que aceptarlos. No hacerlo significa, por lo general, darle la espalda a la voluntad del pueblo que ha ejercido su derecho a elegir. En cualquier caso, curarse en salud anticipándose a la derrota prueba la necia desesperación del candidato republicano. Probablemente Trump, como ha dicho estos días el escritor Richard Ford, pierda las elecciones, pero el daño que está haciendo proyectando fantasmas y demagogia resulta insuperable.

Trump es un bocazas. Todo lo contrario de Calvin Coolidge, que ocupó el Despacho Oval en 1923 tras la muerte de Harding y que apenas soltaba prenda. Lo llamaban "el presidente tácito" por lo poco que hablaba. En una ocasión una dama le dijo sonriendo durante una comida oficial: "Presidente, he apostado a que le hago decir a usted más de tres palabras". Y Coolidge respondió: "You have lost" ("Ha perdido usted"). Siendo una mujer le habría ganado, sin embargo, por la mano al lenguaraz y demagogo Trump. Sin hablar de lo que se hubiera arriesgado a oír o padecer sólo por el simple hecho de acercarse a semejante sujeto.

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