Los cronistas parlamentarios escribirán un volumen con la doble sesión de investidura del pasado fin de semana. Una sesión que parte aguas en la historia democrática española, bien lo merece. Por mi parte, iré al grano. La época generada por la transición ha concluido. Lo que venga será otra cosa. La retórica de una nueva transición y cosas parecidas, ya queda atrás. Ahora falta que se asiente el terreno y se disipe la niebla. Solo entonces veremos claro. Pero la novedad, hoy por hoy, es que demasiados millones de españoles ya no caben en el marco literal de la Constitución del 78. Son suficientes para crear un conflicto, pero no para encontrar una solución. Hasta que pasen unos años no sabremos ni en qué dirección caminarán las cosas ni con qué equilibrios. Todo hubiera estado bajo control de haber encarado los cambios en 2011. Ahora, la incertidumbre.

Más fácil es saber cómo se moverán los diferentes actores en el terreno inminente del corto plazo. En todo caso, algo debe meterse en sus cabezas: el horizonte no es el de decidir esta crisis. La ciudadanía española no producirá poderes decisorios. Sólo lo hará si los errores de los actores actuales la impulsan a una concentración inesperada del voto. Por ahora, nadie quiere otorgar demasiado poder a nadie. Es más: nadie puede cambiar demasiado. Tampoco lo hará el electorado. Aquí no hay una gran franja tierra de nadie.

Lo más probable es que esta situación de pluralidad compleja se dé durante un cierto tiempo, lo que no es tanto una prueba de modernidad europea, sino consecuencia de una lógica política poliédrica. Las fuerzas actuales intentarán concentrar el voto a su favor, pero hay pocas posibilidades de que lo logren en el corto plazo. Aunque el PP sea el mejor preparado para aguantar la situación y aunque obtuviera una nueva mayoría absoluta en el futuro, no tendrá poderes decisorios, como se ha mostrado en los últimos cuatro años. Levanta demasiada hostilidad para eso. Nadie mejor que Mariano Rajoy entonces para dominar este tempo de durata. La única apuesta de Rajoy es erosionar la fuerza, la fe y la paciencia de los sitiadores. Quien crea que Rajoy aprende, ignora la situación verdadera. Él está gobernado por su karma y este le dice solo una cosa: persevera en tu ser.

Y perseverará. El discurso de la jornada de la abstención fue más duro que el de la jornada del no. De aquí en adelante será todavía más claro. El PP apuntalará la interpretación más conservadora de la Constitución del 78 y no cederá una pulgada. Su carta para no ceder es disolver las Cortes. Esa es su ventaja fundamental. Y la usará de manera diferente con cada uno de los partidos. Respecto de C´s, tendrá una actitud bastante sibilina. Aceptará muchas reformas de detalle, con cierto efecto modernizador en el ámbito de la economía, sin afectar la estructura profunda del Estado administrativo español. Aceptará un discurso más fresco y suave. Lo vemos en los escritos de la Comunidad de Madrid. Casi todos parecen redactados por C´s. La evidencia que se quiere producir es sencilla: vaciar el programa de C´s, de tal manera que el electorado perciba que este partido ha cumplido su misión histórica. Cuantos más elementos de sus propuestas acepte el PP, más impondrá esta interpretación. La idea es que cuando se convoquen nuevas elecciones, C´s tenga muy difícil presentar un perfil diferenciado con proyecto de futuro.

Respecto del PSOE, los actores han firmado ya un pacto, y será difícil que alguien pueda abortarlo. «Yo te dejo tiempo, tú no aprietas». Rajoy no desmontará su obra legislativa, que ha permitido una acumulación acelerada de nuevo capital como forma de salir de la crisis. Antes de eso, disolverá las Cortes. Pero la sangre no llegará al río. Lo más grave sucederá durante el primer año y la idea es que eso se lo coma la gestora socialista. No habrá nuevo secretario general mientras los principales pactos no estén hechos. Todos saben que quien los escenifique será hombre muerto. Si Pedro Sánchez era quien tenía que guardar la silla a quien habría de venir, el PSOE ya tiene lo que buscó desde aquel día: un presidente de una gestora. Ahora habrá congreso con primarias cuando Susana Díaz diga. Mientras, el caballero andante en que se ha convertido Pedro Sánchez puede sucumbir ante los molinos de viento.

Esta cuestión no pasa por Cataluña. La posibilidad de que el PSC de Miquel Iceta le sirva a Sánchez de plataforma para reconquistar el partido es tan alta como que se cumpla el sueño de Alfonso Guerra de fundar un nuevo PSOE en Cataluña. Sin embargo, Sánchez declaró el domingo la guerra a muerte contra el aparato socialista. La situación es de todo o nada, matar o morir. Una nueva victoria de Sánchez sería sin duda la renovación del PSOE, tan anhelada, tan temida. Pero no bastará para eso el apoyo de Iceta, ni de su amigo, el alcalde de Jun, ni una campaña de nuevos afiliados por internet. Sánchez no sabe todavía lo que es hostilidad. Ahora la va a sentir de la mejor manera hispana: sorda, anónima, perenne. Lo que constituye el estado de ánimo profundo de los cuadros socialistas se ha visto con su portavoz Antonio Hernando. Si el PSOE no nos evita la vergüenza de ver cómo alguien se da la vuelta como un calcetín sin el mínimo rubor, entonces es que le importa muy poco dar la impresión de que de él ya se puede esperar cualquier cosa.

Creo que lo más fácil es invocar aquí también el karma del suicidio lento. Sería más realista para el PSOE abandonar toda esa grandilocuente expectativa de regeneración, refundación, renovación y demás. El PSOE es lo que son sus cuadros y estos son personas bien intencionadas, funcionarios de centro, moderados y discretos. Tienen el electorado que tienen, y será mejor que se vean como representativos de ese sector social y se reconcilien con él. El sueño que hay detrás de estas expectativas grandiosas es más bien fruto de la melancolía de los que escalaron a la cima con la hegemonía socialista de Felipe González. Que pierdan toda esperanza. No hay mimbres en el socialismo español para reconstruir aquella situación.

Y queda Podemos. Las noticias de la victoria de Rita Maestre y sus partidarios en los documentos programáticos de Madrid imponen la paz interna en el partido morado. Imponer un sufragio mayoritario en la elección del próximo Comité Regional de Madrid sería ahora un riesgo para las dos grandes opciones. Se impondrá la proporcionalidad, y eso sugiere que todos son imprescindibles. Pero si es así, Podemos Madrid mantendrá su rostro complejo, y dejará atrás el doble peligro: convertirse en un asunto típicamente madrileño, con su líder vallecano también gobernado por el karma, o ser un lugar donde la vieja IU espere recoger una fruta madura. Esa complejidad de Podemos Madrid es la condición de posibilidad para contribuir a la federación de las diversas fuerzas políticas que presionará en favor de una redistribución de poder territorial en el Estado. Mientras las fuerzas constitucionalistas se reequilibran en este tiempo inercial, Podemos tiene una triple tarea por delante: no abandonar un centímetro de poder local o autonómico ya conquistado, mantener la tensión política popular (como lo han logrado los independentistas catalanes, que son la principal evidencia de que estamos en un proceso político abierto) y estar en condiciones de dominar la complejidad parlamentaria y administrativa del Estado. Los tres frentes serán necesarios para iniciar el largo camino hacia un cristalizado de gobierno; sin embargo, no serán suficientes, pues dependerá de cómo evolucionen los demás actores. En todo caso, Podemos ya ha ido demasiado lejos como para ser un mero partido testimonial, cómodamente instalado en el Hotel Radicalismo.