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El pueblo que salvó la dolçaina

Este fin de semana son las fiestas patronales de Tales, hermoso y empinado pueblo cercano a Onda, a los pies de un erguido cerro coronado por un antaño castillo musulmán que hicieron trizas a cañonazos los liberales en cruenta batalla -agosto de 1839- porque en él se habían atrincherado las tropas carlistas del general Cabrera con grandes simpatías en las montañas castellonenses.

Dieciocho mil soldados de uno y otro bando se batieron allí el cobre. Ganaron los liberales y el general O´Donell mandó prender fuego a todas las casas del pueblo y destruir el castillo, luego dispersó a los vecinos que tuvieron que abandonarlo un largo tiempo. Aún hoy, en el escudo municipal está plasmada la figura de alguien destrozando sus muros piqueta en mano. Un recuerdo imborrable.

A la vuelta, arañando las ruinas, sus exiliados moradores lo restauraron y volvieron a hacerlo habitable. La iglesia vieja a bajaron de su encrespada posición a zona llana y todos los años el fin de semana siguiente al día de Todos los Santos conmemoran este traslado con grandes fiestas a san Juan, san Roque, santa Bárbara y el Santísimo Sacramento, esta última festividad eucarística remitente al antídoto empleado por la Iglesia Católica para contrarrestar la fuerte islamización y fe en Mahoma de los lugareños de los pueblos de la Sierra de Espadán, refugios trincheras de la morería.

Salvaron también los de Tales, perpetuándolo, su gran tesoro cultural heredada de los musulmanes, la dolçaina, instrumento originario de Mesopotamia (3.000 años antes de Cristo), que pasó a la Grecia y Roma clásicas, luego a los países de la ribera mediterránea, que estuvo a punto de perecer con la invasión de los bárbaros más partidarios de otro tipo de instrumentos y que fue redescubierta por los árabes que ocuparon Al Andalus. Ellos la cuidaron, cultivaron y potenciaron.

La presencia musulmana en las montañas de Espadán imprimió carácter en lo social, económico, religioso y cultural. La dolçaina, con los musulmanes fue más dulce y sensual, estaba presente en todas las fiestas, siempre acompañada por el tabalet. De todos los pueblos de este singular paraje, sólo los de Tales, generación tras generación, conservaron su fabricación y uso, su dominio y empleo. Lo hicieron en familia, los Montoliu, los Palanques, los Mengos,€

Tales es por ello conocido como «el poble dels dolçainers». Tiene su mito y leyenda, el dolçainer de Tales. Son maestros en ejecutar, interpretar, entender la música de dolçaina hecha pasacalles, dianas, valses, marchas de procesión, polcas, habaneras, mazurcas, etc€ Ellos han logrado ensalzar y dignificar el instrumento por excelencia de la música tradicional valenciana la dolçaina , que por fin ha entrado, no sin grandes luchas y esfuerzos, en los Conservatorios de Música. El propio pueblo tiene una Escola de Dolçainers i Tabalaters para asegurar la pervivencia del música y su instrumentos.

También instrumento y oficio ingresaron en el refranero autóctono: «Dolçaina pagada, roín so, Anar de festa en festa, com el dolçainer, Pare dolçainer, fill tabaleter, En casa del dolçainer tots son balladors, Donar-ne en tabal i dolçaina, Tocar la Dolçaina, Parèixer un Dolçainer, No em vingues en dolçaines!, Fer la del Dolçainer, Ja hi ha prou de dolçaina,, Dolçainer i torero, no port serho, Portar un pet com un dolçainer».

Este último refrán, alusivo a que como el dolçainer iba siempre de fiesta en fiesta y era invitado en todas partes, tal vez pudo influir indirectamente, quién sabe, en que el casino del pueblo se autoproclamara «antialcohólico». La singularidad del establecimiento nos la relata Martínez Aloy cuando escribió tras visitarlos hace un siglo que en él había una «€posada, casino antialcohólico, teatro y café».

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