Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

«Made in America»

Cada cuatro años, el primer martes después del primer lunes de noviembre „antes del cuarto jueves de mismo mes, cuando se celebra el día de Acción de Gracias„ tienen lugar las elecciones presidenciales en Estados Unidos, la principal potencia militar, económica y puede que cultural del mundo. Su influencia sobre nosotros está fuera de toda duda. Resulta conveniente, pues, seguir con un cierto interés lo que vaya a ocurrir en el país de las barras y estrellas en apenas unas horas.

En nuestro país se habla poco inglés, y mucho menos se escucha la variante nasal norteamericana gracias a la imposición del doblaje, pero consumimos sus hamburguesas y palomitas, vemos sus películas y tarareamos sus canciones. Desde el término de la Segunda Guerra Mundial el american way of life es hegemónico por doquier. Buena parte de los norteamericanos saben bien poco de nosotros, en cambio casi todos nosotros conocemos muchas cosas de la civilización estadounidense.

Dicen las encuestas que los dos candidatos llegan muy reñidos a las votaciones. Puede que así sea, pero conviene sopesar algunos factores disonantes, además de la presencia de otros candidatos que dan color a la campaña, como la ecologista a la que votará Susan Sarandon, el mormón de Utah ex de la CIA que amenaza la hegemonía republicana o el anarquista que llegó a gobernador de Nuevo México.

El primer factor a considerar es el de que la propia demoscopia se encuentra en entredicho tras algunas clamorosas equivocaciones como las del brexit británico o el referéndum colombiano. Los analistas consideran que tanto se ha deteriorado la imagen de la política a raíz de la crisis financiera mundial, que el ciudadano medio se ha vuelto descreído, y una forma de manifestarlo es votar contra lo políticamente correcto. El pueblo se he hecho nihilista.

Segunda cuestión, mucha gente „se calcula que una quinta parte del cuerpo electoral, casi uno de cada tres votantes probables„ han depositado ya su papeleta anticipadamente, lo han hecho, pues, al margen de los últimos sondeos. Además, el martes 8, los electores votarán algunas otras cosas muy importantes para su sistema político: la totalidad de los 435 miembros de la Cámara de Representantes (el equivalente a nuestro Congreso) que en la actualidad cuenta con una holgada mayoría republicana (242 a 193), así como un tercio del Senado (51-47-2 a favor de los demócratas), y once gobernadores estatales, además de algún que otro referéndum doméstico también en diversos estados.

Por último, hay que tener en cuenta que el sistema electoral de EE UU prima las mayorías y conviene considerar que la elección presidencial es indirecta, pues son los miembros del llamado Colegio Electoral los que lo eligen y no el voto directo popular. Cada estado cuenta con el mismo número de congresistas que de miembros del Colegio Electoral Americano, y el que consigue ser el más votado en cada Estado se lleva todos los electores del Colegio, salvo en Maine y Nebraska. Si la cosa está reñida de verdad, los expertos dicen que solo hay cinco estados importantes que pueden decantar la elecciónhacia un lado u otro, a saber: los sureños de Carolina del Norte y Florida, el clásico de Ohio, y los del oeste en Nevada y Iowa. Atentos, por lo tanto, al mapa.

Florida, siempre Florida, el estado de las papeletas mariposa, ¿se acuerdan?, cuando el soso Al Gore perdió por un puñado de votos „500 y un pequeño pico„ el antiguo estado español frente a Bush junior, cuyo clan se ha desentendido del candidato republicano, el insólito Donald Trump. Florida explica, por ejemplo, que abunden los latinos en el equipo de Hillary Clinton „mexicanos, peruanos y puertorriqueños sobre todo„, que la cuestión cubana sea tan importante, tanto como el problema fiscal que afecta a las pensiones de los miles de jubilados „de clase media alta„ que pasan en Florida sus últimos y cálidos años.

Esa inquietud fiscal es bien distinta a la de los progresistas californianos o los financieros neoyorquinos, espantados, como la mayoría de los europeos, de un personaje tan incorrecto como Trump. El mujeriego millonario es la quintaesencia del populismo, el concepto político más recurrente de los últimos años y que se utiliza para explicar fenómenos de amplio espectro y disparidad varia, desde el nacionalismo ruso de Putin al indigenismo sudamericano, el chavismo, el neoperonismo kirchnerista, el ultracatolicismo polaco, el Ukip euroescéptico o nuestro podemismo. ¿Qué tienen en común corrientes ideológicas tan diferentes? Que explican la realidad de un modo sencillo, con conceptos limitados y apelando siempre al pueblo, a la masa, a lo ingente.

Un fenómeno no nuevo, pero sí resucitado y renovado y que el establishment no está sabiendo combatir con reformas de calado ético. Basta con repasar algunos de los clásicos del cine político de Hollywood para comprobar que buena parte de los temas son recurrentes. El último hurra, del irlandés John Ford, Caballero sin espada o Juan Nadie, del siciliano Frank Capra, o Los viajes de Sullivan del afrancesado Preston Sturges, son cuatro películas indispensables para conocer de cerca las cuitas de la política norteamericana, cuyo punto de no retorno seguramente se dio en Bienvenido Mr. Chance, de Hal Ashby, aunque el mérito hay que atribuírselo a la novela en la que se basa „del polaco Jerzy Kosinski„ y a la actuación casi testamental del británico Peter Sellers: la parabólica historia de un retrasado mental que llega a presidente de Estados Unidos. Esperemos que, por una vez, la realidad no supere a la ficción y que el espíritu de los padres de la patria se imponga. «God bless you all!».

Compartir el artículo

stats