Hace tiempo que el problema del paro ha pasado a ser una simple coletilla recurrente en la agenda de las urgencias de la mayoría de los políticos. Las iniciativas, legislativas o no, y los debates públicos van por otros derroteros: pensiones, corrupción, déficit, independentismo, igualdad de género,..
Tengo la extraña sensación de que se ha terminado claudicando y asumiendo que se trata de una «enfermedad» crónica ante la que sólo caben cuidados paliativos y no un tratamiento para erradicar la afección.
Resultan curiosas por lo reiterativas y previsibles las reacciones que producen las cifras del desempleo cada vez que la Encuesta de Población Activa (EPA) o las del paro registrado en las oficinas de «empleo» ponen números a un drama de dimensiones colosales. Si ha ido bien, se saca pecho y se convierte en un acierto de la política laboral del Gobierno „la renovación de la ministra de Empleo, Fátima Báñez en el nuevo Ejecutivo„, y si las cifras no son las esperadas, se alude a causas coyunturales y se busca el dato estadístico adecuado para tamizarlas.
Todas las iniciativas políticas que se emprenden en forma de planes aislados, ayudas fiscales temporales, cobro íntegro del desempleo para emprender..., son deslabazadas y no han dado el resultado esperado.
Los programas de formación de parados para reorientar su futuro laboral hacia sectores o profesiones con demanda de empleo han terminado en fracaso, cuando no se han convertido en carne de fraude.
Sin ir más lejos, Jordi Cuenca desvela en las páginas de Economía de este periódico que casi la mitad de los parados valencianos ya es de larga duración „lleva más de dos años buscando un empleo„. Un ejemplo claro y dramático de ese fracaso, ya que estamos hablando de más de 225.000 personas.
Insisto; no está mal debatir y tratar de buscar soluciones a las pensiones, a la corrupción, al déficit, al independentismo..., pero desde el año 2009, según la encuesta del CIS, cerca del 80 % de los españoles considera que el principal problema de España es el paro.
