Es común en estos días participar en alguna conversación sobre la necesidad de visibilizar la Comunitat Valenciana en el panorama nacional. En este contexto, es incuestionable que los valencianos nos sentimos orgullosos de formar parte de España, un proyecto común al que ofrecemos tradicionalmente lealtad y resultados, lo que nos lleva a esperar sensibilidad, consideración y la atención debida a nuestras necesidades. Emprendedores, tenaces y exportadores por naturaleza; vivimos con la firme voluntad de exportar no solo nuestros productos, sino también las posibilidades que ofrece nuestra tierra y el buen hacer de sus empresarios, sus trabajadores y sus ciudadanos.

Ayer, la vicepresidenta del Gobierno valenciano, Mónica Oltra, ofreció una conferencia en los tradicionales desayunos de Fórum Europa, en el Hotel Ritz de Madrid. Allí sentada pensé que no compartiría muchas de las reflexiones de Oltra, pero que al fin y al cabo a todos los valencianos allí presentes nos unía una misma voluntad: poner en valor todo lo bueno de nuestra tierra y de manifiesto nuestras reivindicaciones. Desgraciadamente, mi voto de confianza cayó en saco roto, igual que les está pasando a muchos de los valencianos en las pasadas autonómicas concedieron el beneficio de la duda a Oltra.

La vicepresidenta subió a una tribuna civil como si de un mitin de partido se tratara, abandonando el tono institucional debido. Olvida Oltra con demasiada frecuencia que en su cargo nos representa a todos los valencianos, no solo a sus votantes. Lo vemos también con frecuencia en sus intervenciones en Les Corts y en los plenos del Consell y ayer no fue una excepción. Oltra abandonó los retos de futuro de nuestra comunidad para dedicar sus palabras a un discurso frentista hacia los partidos de tradición parlamentaria: concreta y especialmente hacia el Partido Popular. Ni cinco minutos habría dedicado al Corredor Mediterráneo o a la necesaria reforma de la financiación de no ser inquirida al finalizar su intervención por los asistentes que se ocuparon de poner sobre la mesa lo importante.

No es mi voluntad caer en la tentación de hacer una crítica partidista (aunque en ocasiones me pregunto qué sería de Oltra si no existiera el Partido Popular), sino institucional. «Así no», pensaba mientras la escuchaba. Así no se defiende lo valenciano en Madrid, así no se pone de manifiesto la imagen de un pueblo leal pero reivindicativo, así no se trasladan nuestras peticiones, así no se ofrece una mano tendida a un Gobierno de España para que sea sensible a nuestras necesidades, así no se traslada la imagen de un pueblo emprendedor e ilusionado que, con su esfuerzo, hace del nuestro un país mejor. No así.

Soy de las que piensa que no es propio de un gobierno dibujar una imagen tan sesgada y partidista de la realidad valenciana, pues ni Valencia es corrupción, ni todos los valencianos somos corruptos. Los discursos basados en la negatividad, la falta de tono institucional y moderación no son propios de un gobierno y tampoco resuelven los problemas de los valencianos. Merecemos gobernantes que no confundan la tribuna institucional con el atril de un mitin, que piensen en intereses colectivos antes que en los suyos propios y que defiendan esta tierra y su imagen por encima de todo, incluso por encima de discrepancias políticas. Como me dijo en una ocasión un empresario valenciano: «No podemos vender naranjas si decimos que están sucias», una frase con la que resumí mi sensación de tristeza al salir del acto.

Reconozco que esperaba más, porque fui a escuchar a la vicepresidenta de mi comunidad y me encontré con la líder de la oposición. Tal vez sea complicado que yo deje de ser tan institucional y que ella lo sea un poco.