El mundo político tradicional se escandaliza al pensar como un candidato llamado Donald Trump puede dirigir los designios de la primera potencia en los próximos años. Los que piensan así siguen llevando sobre su cabeza el sombrero de la vieja política que tan bien les sentaba en los años de crecimiento económico. Pero en situaciones de crisis global como la que aún sufrimos, los votantes se decantan por personajes populistas que rompen las reglas del juego y desarman al contrario.

El 8 de noviembre, los americanos decidieron que querían ser grandes de nuevo y han colocado de inquilino en la Casa Blanca a un magnate, con éxito en el mundo de los negocios, la antítesis de los políticos al uso, que contra viento y marea consiguió primero ser investido candidato por el Partido Republicano y posteriormente vencer al establishment de los Clinton.

La primera razón del éxito del maduro rubio de oro hay que buscarla en la acera de enfrente. Hillary Clinton, carente de carisma, incapaz de ilusionar con su mensaje, con episodios oscuros en su pasado y a la que muchos demócratas decidieron no seguir el día de la votación. Un voto desmovilizado que le ha hecho perder estados clave como Iowa, Wisconsim, Ohio o Florida, este último muy significativo.

Por su parte, Trump consiguió un alto nivel de movilización del voto republicano, con mensajes y propuestas que incidían en los más bajos resortes del votante americano. Visto desde Europa, Donald Trump es un magnate con un estilo arrogante, presuntuoso y cuasi cómico. Pero nosotros también nos lo deberíamos hacer mirar, ya que aquí los británicos siguieron las doctrinas populistas y votaron salir de la Unión Europea, ya que aquí los franceses están aupando a un partido tan poco democrático como el que lidera Le Pen, ya que aquí los movimientos neofascistas y nacionalistas están consiguiendo resultados impresionantes, ya que aquí los griegos decidieron dar el poder a un partido que prometía no seguir las directrices económicas de Europa para después plegarse al poder de Bruselas.

Recordemos también que nosotros hemos tenido a nuestros propios Trump, léase Jesús Gil por ejemplo, que en un momento de crisis económica y social, consiguió unos brillantes resultados electorales en una ciudad como Marbella. Sus mensajes eran tan sencillos como directos: pobres fuera de Marbella, más seguridad y Marbella grande de nuevo.

Si analizamos la campaña republicana (perdón, la campaña de Trump), él ha vendido volver a construir un país imperial, construir un gran muro para impedir la inmigración ilegal, deportar a 11 millones de ilegales, proteger la economía americana e ir a por los yihadistas con determinación. ¿Y quién lo iba a conseguir? La respuesta es clara: un no político, empresario de éxito, al que le resbalan las normas de la vieja política y que va a dirigir EE UU como sus empresas.

Su campaña ha devuelto el protagonismo a la televisión, donde él ha seguido la máxima de que hablen de ti aunque sea mal. Con la televisión como enganche, un megáfono, grandes titulares, una cuenta de Twitter y una gran campaña en internet difundiendo mensajes que atacaban directamente al corazón de Hillary, el nuevo presidente ha conseguido darle la vuelta a las encuestas que de nuevo se han equivocado.

¿Quién ha hecho presidente al magnate de la torre dorada? Básicamente, el voto de los hombres, las personas de más de 45 años, los votantes de raza blanca y los electores con menor nivel educativo de la América más profunda. Se dice que Trump ha demostrado que se puede ser presidente sin contar con el voto hispano, pero esa afirmación es gratuita. Los votantes hispanos de Florida han dado a Trump 29 delegados importantísimos. Esos votantes que han visto en el empresario un defensor de sus intereses personales, ya que el candidato republicano prometía expulsar a los ilegales, prohibir la entrada de más hispanos y como consecuencia, dejar en mejor situación a los que ya estaban regularizados. El egoísmo humano en estado puro.

Por su parte, Clinton no ha conseguido romper su techo de cristal. Le han votado las mujeres, pero los americanos no la han considerado como merecedora de ser su comandante en jefe. También su pasado como primera dama y como secretaria de Estado no la ha ayudado a transmitir sus supuestas capacidades de liderazgo.

¿Y qué nos espera? Desde luego, más tranquilidad de la transmitida por los medios europeos en los días anteriores a las elecciones. Como decía el viejo profesor Tierno Galván, las elecciones sirven para prometer lo que vas a hacer, y el gobierno posterior sirve para justificar por qué no puedes cumplir esas promesas. Sanidad, educación y política exterior serán sus ejes diferenciadores. Pero cuando ocupe el despacho oval se dará cuenta que nadie tiene el poder absoluto, ni tan siquiera el presidente de Estados Unidos.

Los americanos han decidido poner a un populista en su vida. Pero no es la primera vez, Ronald Reagan era un actor vestido de político que consiguió encandilar a los votantes. La crisis que vive el mundo occidental va más allá de lo económico. La gente está harta de la vieja política, de los políticos profesionales de las políticas que no mejoran su calidad de vida, de los partidos endogámicos y del sistema en general. Si no lo entendemos rápido, abróchense los cinturones que vienen curvas, curvas en forma de Trump.