«Hay un tiempo para todo. Sí „se dijo„. Una época para derrumbarse, una época para construir. Sí.

„Ahora vamos río arriba „dijo Granger„. Y tengamos presente una cosa: no somos importantes. No somos nada»

Ray Bradbury («Farenheit 451»)

Es jueves 3 de noviembre. Son las 18 horas. El presidente Mariano Rajoy, flanqueado por motoristas con reminiscencias franquistas, comunica en la Zarzuela a Felipe VI „sucesor de Felipe V„ el nuevo gobierno de España. Trece ministros, cinco mujeres y ocho varones. Mariano, con voluntad de dejar claro que «aquí mando yo», ha cumplido su objetivo. Ser quien parte y reparte en España. En cada crisis de gobierno, los valencianos, en el siglo pasado y éste, se replantean estérilmente su papel en España. Las frustraciones sobrevuelan por los complejos y la mala conciencia de los políticos. En plena avalancha de corrupción no podía salirle mejor al PP que se asoma a una década de gobiernos marianistas.

¿Qué hemos hecho en la CV para merecer uno o varios ministros? ¿Si hubiera caído algún lugareño habríamos tocado el cielo? ¿Con los ministros valencianos „los que sueñan en valenciano„ ha cambiado el destino del país? La nómina es escasa. Pedro Solbes, de Pinoso, comisario europeo y vicepresidente económico socialista, ¿ha ejercido de valenciano? ¿Fuimos más felices con su acción de gobierno? ¿Quién recuerda que Joan Lerma fuese ministro con Felipe González? A Teresa Fernández de la Vega, valenciana por casualidad o a José Manuel García Margallo, nacido en Madrid, los consideramos héroes de la terreta. Carmen Alborch, musa con peineta y bregadora por las esencias creativas e intelectuales de un territorio que no vislumbra su identidad. ¿Fernando Abril Martorell ejercía más de valenciano que de segoviano o madrileño? ¡Menuda guerra identitaria montó y cuánto retroceso! La política y los políticos valencianos son imperceptibles. No pintamos nada, ni aquí ni allá. Ni en Madrid, ni en Bruselas. Ignasi Villalonga, banquero y político de campanillas „que sí ejercía de valenciano en Madrid y en Barcelona„ tuvo, junto a Joaquim Reig, visión para situar la política valenciana en la sala de máquinas del poder estatal. Mucho más que Blasco Ibáñez. Ricardo Samper hizo lo que pudo en la II República, junto a Luis Lucia que se jugó el tipo y murió de pena en 1943. ¿Qué hicieron por Valencia los del Opus Dei, Mortes Alfonso o Villar Palasí? Lamo de Espinosa, titular de Agricultura, otro cunero que miraba a los consejos de administración. El conservador Juan Navarro Reverter, ministro de Hacienda, se afincó en Madrid, pero fundó la Caja de Ahorros de Valencia que han fulminado José Luis Olivas y Francisco Camps. Antoni Asunción en la cartera de Interior y Eduardo Zaplana, de Cartagena, en Trabajo, ilustran lo efímero de proyecciones estatales truncadas por la fuga rocambolesca de Luis Roldán y el 11M.

El problema no es de los ministros „que no nos han tocado en la lotería de Rajoy„sino de nuestro escaso peso específico. No nos queda ni sentido del humor. Aquí es impensable la serie Sí, ministro, de Antony Jay, que emitió la BBC a partir de 1980 como favorita de Margaret Thatcher. La saga iba de funcionarios díscolos empeñados en boicotear la acción legislativa del ministro James Hacker, a las órdenes de su secretario permanente sir Humphrey. Nombre que recibió el gato empleado para cazar ratones en el 10 Downing Street, residencia oficial del primer ministro con Thatcher, John Major y Tony Blair. La crisis de los inexistentes ministros valencianos de noviembre de 2016 tiene su epicentro en la postergación de los populares valencianos en el cuartel general del PP en Génova. Mariano no reconoce a sus correligionarios valencianos ni a sus cómplices como hijos suyos. Si Rajoy pudiera, dinamitaría lo que queda de su partido en el País Valencià, de pertinaz inercia conservadora. Para ganar no necesita virreyes ni a Juan Carlos Moragues para apretarnos las tuercas.

A medida que pasa el tiempo, la expectativa de unas terceras elecciones no se ve descabellada. Sabríamos quién manda en España, no por componendas, sino por el veredicto de las urnas. Si el destino es Rajoy, con mayoría absoluta o en alianza sosegada a la alemana. Los socialistas no tendrían que haber vendido su alma al diablo. Habría un PSOE centrado, digno, consecuente y unido. El PSC no tendría que bailar al ritmo del peculiar seny i rauxa de Miquel Iceta. El constitucionalista Ciudadanos, partido catalán sí o sí, habría confirmado el valor de su apuesta. Podemos, el partido de Pablo Iglesias, estaría más cerca de su esencia y de sus raíces, cuya constatación les aterra. El secesionismo catalán habría madurado en su evolución y los vascos no tendrían tan fácil camuflarse en el fragor de la batalla. Oportunidad perdida. Más que ministros necesitamos consellers.